¿Qué es el value investing? ¿Es una filosofía? ¿Es un estilo? ¿Es un factor? ¿Es todo? ¿No es nada?
La historia del value investing es más que conocida por la comunidad inversora. No querría reescribir lo que habréis podido leer en cualquier otra fuente de calidad, pero para contestar a las preguntas que nos atañe este artículo, creo necesario volver a los orígenes y partir de lo que Benjamin Graham trataba plasmar en las palabras intelligent investing.
A Graham se le atribuye la primera gran aportación de sensatez en el mundo de los mercados financieros, hasta entonces dominado por la especulación, a través de la publicación de Security Analysis y The Intelligent Investor. Graham fue capaz de capturar la esencia de la inversión, más en concreto de la inversión inteligente, en estas dos obras maestras. La llama de la sensatez de Ben Graham ha permanecido viva hasta el día de hoy. Los alumnos que disfrutaron de sus clases quedaron prendados y se convirtieron en predicadores de los principios de Graham, haciendo posible que sus ideas perdurasen hasta el día actual, casi un siglo más tarde.
No obstante, con el paso del tiempo y con su popularización, los principios de Graham han recibido interpretaciones muy variadas, algunas más estáticas y otras más dinámicas. Esto era inevitable, pero, más allá de las diferencias individuales a la hora de interpretar las lecciones de Graham, esta transformación del concepto también se justifica a través de la evolución de la inversión, la contabilidad, la empresarialidad y, en definitiva, el mundo en sí.
Os habéis dado cuenta, ¿verdad? No he hablado de filosofía ni de metodología de inversión per se, sino de unos principios. Y, pese a haber mencionado un par de veces las dos palabras mágicas en lo que llevamos de artículo, he tratado de evitarlas. Cabe destacar que el término value investing NO le pertenece a Benjamin Graham. Él, en ningún momento, definía el conjunto de los principios que empleaba para invertir como value investing, sino como intelligent investing.
El término fue acuñado y utilizado para tratar de definir con la mayor precisión posible la interpretación y evolución de las ideas, filosofía y metodología de Graham. Es importante este matiz, puesto que es casi imposible definir los principios originales dada la amplitud del propio concepto de inversión inteligente. Analicemos la definición de ambos términos para entender de qué manera podríamos haber malinterpretando a Graham.
Efectivamente, la inversión inteligente a la que se refería Graham NO era para nada un concepto concreto y exclusivo al mundo financiero ni a la inversión. Pero Graham sí que nos ayuda dándonos alguna pista más respecto a qué tipo de inteligencia se refiere. En la primera edición de The Intelligent Investor, el decano de Wall Street aclara que la inversión inteligente no requiere un alto coeficiente intelectual o la inteligencia plasmada en una brillante carrera académica. Para él, la inversión inteligente requiere rasgos tales como la paciencia, la disciplina, la voluntad insaciable de aprender, el pensamiento crítico, independiente y racional y un alto grado de autoconocimiento y control emocional. Ben Graham comenta que esta inteligencia inversora «es más un rasgo del carácter que del cerebro».
Como ya comentaba, estos principios que definen la inversión inteligente no son propios ni exclusivos de la inversión. Están presentes en nuestro propio ADN y no son más que rasgos que se han transmitido generación tras generación debido a que funcionan. Hay una base evolutiva detrás de todo ello, puesto que este marco de pensamiento que podríamos resumir como una amalgama de prudencia, racionalidad y sentido común es responsable, en gran parte, del éxito y del progreso cosechado por la humanidad.
Considerando esto, podemos concluir que el value investing es la materialización metodológica en el ámbito de la inversión del intelligent investing. Es decir que, en cualquier caso, el primer concepto debería estar englobado en este segundo, más abstracto y amplio. Tengo mis reservas a la hora de determinar si hay cabida para más metodologías que puedan acompañar al value investing en ese segundo escalón, puesto que es difícil aunar las ideas y premisas del intelligent investing de manera más pura. Pero, eso sí, debajo del value investingencontramos distintos estilos. Si el value investing gira alrededor del concepto del margen de seguridad, el cual depende totalmente de la capacidad del inversor de abordar la incierta tarea de determinar el valor intrínseco de una empresa, la variedad de estilos demuestra que existen distintos enfoques para calcular el margen de seguridad de una empresa. Pese a ello, no debemos olvidar que estos estilos NO son excluyentes entre sí y que todos permiten encontrar ineficiencias que justifiquen una decisión de inversión como inteligente. Sí, lo sé... Es un lío. El siguiente esquema debe servir para que podamos ubicar cada uno de estos conceptos en el nivel que les corresponde:
Últimamente se discute de manera habitual la diferencia de rentabilidad (y valoración) entre la parte del mercado denominada como value y la parte del mercado denominada como growth, pero esta discusión nada o poco tiene que ver con el value investing o la inversión inteligente. Ser capaces de distinguir estos dos conceptos, que vemos englobados en el esquema de la inversión inteligente anteriormente presentado, de los dos factores que vamos a definir ahora mismo, nos ayudará a determinar qué NO es el value investing.
A la vez que las dos palabras mágicas pueden considerarse como el techo bajo el que conviven las distintas hijas de la inversión inteligente, creo que, además de una metodología de inversión, debe emplearse como una etiqueta práctica y cuyo uso debe ser preciso. Es responsabilidad de cada individuo tener claro en qué contexto se utiliza y no caer en trampas ni hacer que otros caigan en ellas a la hora de utilizarla.
Para mí, el value investing ha sido la puerta de entrada al mundo de la inversión inteligente. Le tengo mucho cariño al término por el romanticismo que despierta en mí, pero tengo mis dudas respecto al uso que le damos y el peligro que conlleva. A la vez que la etiqueta ayuda, es evidente que también ha hecho mucho daño y ha contribuido a que ahorradores e inversores caigan en errores graves a la hora de interpretar el concepto. Otro mundo aparte, que no quiero comentar, es la moda y el uso de la etiqueta como herramienta de marketing, porque esto daría para más de un artículo.
Me gustaría añadir que realizar una reflexión a veces nos obliga a andar en círculos y a tener que unir unos puntos que están muy separados entre sí cuando tratamos un tema tan difuso y poco tratado como es este. Sin duda, creo que es una discusión que muchas veces pasamos por alto y no se trata tanto como debería. Espero que, pese a que te he hecho dar alguna vuelta en círculos conmigo mientras leías esto, sean menos de las que hubieses tenido que dar por ti mismo. Pero, dejándonos de vueltas extrañas, voy a tratar de resumir todo este lío.
La etiqueta value investing no es más que una forma de referirse al intelligent investing, tratando de ser prácticos y menos abstractos. No obstante, en nuestro intento de ser más precisos, hemos caído en la trampa de malinterpretar a Graham.
El value investing es todo y no es nada a la vez. Lo único claro es que, en esencia, inversión solo puede haber una: la inversión inteligente.
Artículo escrito por Andrei Trucmel.
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