Desde hace varios años, demasiados tal vez, venimos escuchando con la misma esquizofrénica frecuencia la palabra “crisis” y con idéntica reiteración el término “emprendedor”. En una primera aproximación sobre el concepto emprendedor gravita la siguiente definición: es aquella persona que sabe descubrir, identificar una oportunidad de negocio en concreto y entonces se dispondrá a organizar o conseguir los recursos necesarios para comenzarla y luego llevarla a buen puerto. Generalmente este término, se aplica para designar a las personas que de la nada, solamente, con el capital de la idea, logran crear o fundar una empresa o ayudan a otro a realizarlo.
El primer paso para materializar algo abstaracto, etéreo como es una idea pivota sobre la ocurrencia. Detectar una necesidad no cubierta e incluso generar esa necesidad donde antes no existía (como los teléfonos movilés o las tablets) y resolver la ecuación para dar con una solución que, además, reportará ingresos. Es una ardua tarea, no es sencillo encontrarla y menos aún, ponerla en práctica. Pero piense que la única fuente inagotable de generación de recursos y renta es la CREATIVIDAD.
El principal talento con que debe contar y ulteriormente desarrollar un emprendedor (al igual que cualquier inversor, empresario o especulador) se bifurca en dos aristas esenciales: 1)detectar oportunidades donde otros ven problemas y 2) la gestión del riesgo.
La primera de ellas requiere, aunque en apariencia parezca una cuestión trivial e inconexa, la sensibilidad. Sensibilidad que subyace en una mente proactiva no a encontrar vicisitudes, culpas ajenas o subterfugios, sino a encontrar soluciones tanto endógena (soluciones para mi mismo) como exógenamente (soluciones para los demás que me permitan obtener rentabilidad). Creo muy pertinente traer a colación una frase del inversor y analista colombiano Juan Diego Gómez: pregúntese si vino al mundo a llorar o a vender pañuelos.
En segunda instancia, pero si se quiere aún más importante que la primera, se encuentra la gestión del riesgo. Ni pagar 150.000 dólares por cursar un máster o posgrado en la Escuela de Negocios de Harvard le va a garantizar NUNCA llevar a cabo una correcta y ordenada gestión del riesgo. Este riesgo podemos clasificarlo en dos categorías:
- -El riesgo intrínseco/sistémico: es el que va aparejado al “Court Business” esto es, al negocio principal. Estriba en el riesgo en agregado que se asume mediante el ejercicio de la actividad, para tratar de minimizarlo es preciso analizar con acierto variables tan variadas y complejas como pueden ser la evolución del sector, el posicionamiento estratégico, los costes, las tendencias, el flujo de caja, la renta disponible de los individuos, la demanda, precios, la volatilidad, etc. Sintetizando el concepto, diremos que es el aspecto técnico del riesgo.
- -El riesgo moral: cada día cobra mayor notoriedad el aspecto psicológico del individuo a la hora de entrar en el mercado. ¿Qué cantidad de recursos estaría dispuesto a destinar para dicho negocio/actividad?, ¿cuánto estaría dispuesto a apalancarme?, ¿cuánto dinero en suma, estaría dispuesto a perder? Esto que en fachada puede resultar una perogrullada, no es tal cosa. Una persona puede gestionar el riesgo sistémico con una eficacia extraordinaria y al mismo tiempo verse raptado por la mala selección moral de ese riesgo que técnicamente manejaba muy bien. Aquí entramos a valorar factores como la confianza, las expectativas, las actitudes, la percepción, la toma de decisiones, la incertidumbre, etc.
Adicionalmente, debemos tener en cuenta que estos riesgos no se configuran como “numerus clausus”, son perfectamente mutables y cambiantes en el tiempo. Por ejemplo, el riesgo moral con el que yo puedo operar puede ser elevadísimo si dispongo en un momento cierto de mucha liquidez o de activos que generen rendimientos para dar cobertura a una inversión. El disponer o no de dinero al fin y al cabo no es una cuestión baladí, pero sí transitoria. Lo que es estructural, como hemos dicho es manejar bien el riesgo (sistémico y moral), esto nos asegurará más temprano que tarde, obtener beneficios.
Pero qué cualidades, amén de las ya citadas son de obligado cumplimiento para el emprendedor. Desde luego, pueden ser tantas como imagine o mejor dicho, tantas como sea capaz de cumplir. Por mencionar algunas:
- Compromiso: cuando iniciamos nuestra aventura hay que tener claro nuestro compromiso con la misma para que salga bien. La perseverancia y la determinación es una de las características que marcan si un proyecto llegará a buen término o no. Compromiso también para ser capaz de centrarse en el proyecto sin distracciones.
- Iniciativa: para un emprendedor es básica la iniciativa, ser capaz de lanzarse a un negocio. Todos los grandes empresarios han destacado, entre otras cosas, por su iniciativa. Es el caso de Steve Jobs, que ni siquiera acabó su carrera pero fue capaz de lanzar su propia empresa.
- Resolución: la vida de un emprendedor va a estar marcada por la toma de decisiones constantes. Desde que uno monta su empresa estará constantemente resolviendo problemas, por lo que se debe estar preparado para ello.
- Creatividad e innovación: un emprendedor debe tener buenas ideas que le permitan crear productos o servicios con los que comerciar. No solo se trata de inventar cosas, sino que también es posible darle nuevos o distintos usos a productos que ya existen, buscando la diferenciación. Por ello es importante tratar de innovar constantemente, en busca de nuevos productos que nos permitan sobrevivir o crecer.
- Optimismo: el emprendedor debe ser optimista y confiar en sí mismo. Ser positivo es básico para atraer el éxito y lidiar con los numerosos problemas que se van a presentar en su negocio.
- Trabajo en equipo: una persona sola no va a alcanzar el éxito. Es básico obtener el apoyo de empleados y compañeros, por lo que es imprescindible ser capaz de potenciar el trabajo en equipo y elegir a las mejores personas para nuestro proyecto. Además, debemos ser capaces de mantener la armonía en nuestra plantilla.
- Saber escuchar: para emprender hay que tener claro que no existe la verdad absoluta. Hay que ser capaz de escuchar a los demás para aprender y mejorar: tanto a clientes como compañeros, rivales o expertos.
- Tolerancia al fracas: nuestro pensamiento tiene que estar siempre enfocado en conseguir el logro, pero hay que ser consciente de que el fracaso está muy presente en la vida del emprendedor. Hay que tratar de aprender de nuestros errores, que nos hagan mejores
- Visión: no existe negocio de ningún tipo sin una visión previa. Los emprendedores son capaces de ver más que el resto, de tener siempre en mente el modelo de negocio.
- Pasión: los emprendedores se entregan a su proyecto con total dedicación para tratar de alcanzar los objetivos marcados. Para ello, es imprescindible adorar la actividad emprendida, sentir pasión por la misma, o es imposible mantener la entrega necesaria
Les animo con inusitado entusiasmo a que emprendan, se formen, lean todo cuanto caiga en sus manos, pregunten, escuchen y sea usted en sí mismo su propio producto, sea medio y fin. Usted es su propio capital, su activo y tenga por cierto que para cada producto hay un demandante del mismo y si no lo hubiera, búsquelo y si no lo encuentra, cree en los demás la NECESIDAD de que lo encuentren.
“No necesitamos lo que no conocemos”