Si disponemos de 100 para gastar hoy y decidimos renunciar al consumo ahorrando esa cantidad, dentro de 1 año necesitamos una rentabilidad neta (descontando gastos e impuestos) al menos equivalente a la inflación.
Si estimamos una subida del IPC del 2 % y unos impuestos sobre los rendimientos del capital del 20 %, necesitamos obtener una rentabilidad del 2,5 %:
0,5% para hacienda y 2% para compensar el aumento de precios. Con ello conseguimos un año después ser igual de pobres, o ricos.
Esta es una de las bases culturales por las cuales hay más bares que ahorradores.
Ya no es que se trate del refrán clásico de “más vale pájaro en mano que ciento volando” estamos en un estadio peor: “más vale pájaro en mano que pájaro desplumado volando el año que viene”.
Ante esto la tentación al consumo inmediato es muy fuerte aún a costa de estar confortablemente instalados en la pobreza, siendo dependientes del voto, el pan y el circo gubernamental.
Luchar por la independencia económica nos empuja a saltar esa barrera. No es suficiente con obtener rentabilidades humilladamente adaptadas al sistema. Hay que ofrecer el capital a quien mejor emplea ese recurso escaso, ser propietarios de las empresas que producen bienes y servicios que la gente quiere y está dispuesta a pagarlos.
No aspiremos a dormir tranquilos.
La riqueza es la que permitirá, tal vez, dejar dormir tranquilos a nuestros hijos… o nietos… o….
Es el camino de la libertad… y de la dignidad.
Esta rentabilidad es la que merece la pena.