Detroit ha quebrado. Así, se convierte en la mayor quiebra municipal de la historia de los Estados Unidos arrastrando una deuda municipal superior a los 18.000 Millones de dólares. Para evitar el pánico (sobre todo legal, que no financiero) que esto puede generar, el muy reciente emergency manager de Detroit, Kevyn Orr, se ha acogido al Capítulo 9 de la Protección por Bancarrota así como a un tribunal para organizar la reestructuración de su deuda y el impago de sus pasivos en un proceso que durará entre uno y tres meses. La pregunta es, ¿cómo ha llegado el paradigma de la industrialización y el capitalismo generador de riqueza de los años 50 y 60 a quebrar en 2013?
Los últimos 40 años
Para tratar de sintetizar con brevedad lo que ha ocurrido hoy en Detroit hemos de echar la vista atrás y ver qué decisiones o qué acciones fueron totalmente desencaminadas hasta llegar al punto actual.
Para empezar, en Detroit las compañías automovilísticas y armamentísticas se durmieron en los laureles en la época de mayor expansión de la industria japonesa (durante los años 80, justo antes del gran colapso japonés). Así, ciertas malas decisiones de gobierno corporativo (como la inflexibilidad de General Motors en la competencia vía precio y/o calidad con Toyota y otras grandes casas niponas) sedimentaron un proceso de desajuste total sectorial que acabó trasladando el agujero al bolsillo del contribuyente. Ya conocen la historia: industria sistémica que el Estado ha de rescatar para volver rentable. Además, como la situación se fue prorrogando en el tiempo al encontrarse en aquellos momentos las empresas con unos costes financieros extremadamente bajos (el abandono definitivo del patrón oro de Nixon en los 70 creó un entorno monetario peligrosamente laxo para sectores muy capital intensivos) unido con desajustes en su estructura productiva no corregidos cuando se debieron corregir (fruto de la fuerte inflación de costes de 1973) llevaron a que las empresas decidieran continuar endeudándose, deuda que se refinanciaba constantemente (sin tornarse en estructura productiva) y que acabó también convirtiéndose en deuda pública.
El problema de la estructura de los sectores (recordemos, tanto el automovilístico como el armamentístico) era que se había creado así misma una extrema rigidez su entorno laboral. Durante los 60 la presión de los sindicatos en Detroit fue muy alta y lograron establecer ciertas protecciones para los empleados del sector: subidas salariales ligadas a inflación, planes de pensiones a costa de las compañías, seguros y altas indemnizaciones. El problema es que la medida proteccionista se tornó en destructiva una vez aterrizó en Estados Unidos Toyota con fuerza puesto que las empresas de Detroit no tuvieron más remedio que subcontratar (y mucho fuera de la ciudad) ante la rigidez del mercado laboral. Ello unido al incipiente déficit comercial de Estados Unidos destrozó por completo el sector en su estructura productiva. Luego ya tenemos la industria de Detroit dañada tanto por un pasivo refinanciándose como por una estructura productiva rígida (e ilíquida) combinado con nefastas decisiones de Gobierno Corporativo a nivel empresaria. Un cocktail nefasto. Si lo mezclamos con fuga de cerebros de Detroit a centros mucho más innovadores con el surgimiento de nuevas tecnologías y al grandísimo descenso poblacional (60% de descenso poblacional en 5 décadas) la borrachera es mortal.
Hete aquí que el Gobierno trató de salvar la situación. Sobre la misma estructura productiva (sin cambiarla ni un ápice y arrastrando sus muchos problemas) implementó planes de estímulo (que a día de hoy se siguen implementando, el último plan establece la inyección de 125.000 millones de dólares del dinero del contribuyente para el sector) en la zona con el anhelo de revertir una situación que ya parecía imparable. Por aquellos años (en los 80) también hubo problemas en Houston. La industria petroquímica de Houston no se adaptó a las convulsiones de los 70 y la ciudad también tuvo sus problemas. Estos fueron afrontados con apertura de mercados y atracción de capital, lo que permitió que las empresas energéticas fueran poco a poco cayendo y sus espacios los fueran ocupando las empresas tecnológicas. Se estableció, como máximo referente, Compaq en Houston (hoy en día Hewlett-Packard) y mientras la población de Detroit continuó cayendo pese al pozo sin fondo de dinero público que era la ciudad en Houston la población hoy es más del doble de lo que era hace 50 años.
Cuando todo ello se mezcla con problemas a escala federal e internacional (esto es, la gran recesión) la deuda pública de Detroit se va volviendo insostenible y la situación estalla.
Siempre parches y nunca soluciones
En este contexto muy brevemente narrado surge la figura de Orr. Orr se marca la tarea de asegurar la solvencia de una ciudad que, como hemos dicho, tenía 14.500 millones de deuda y que sólo ingresa 2.500 millones anuales (después de sangrantes subidas de impuestos) mientras que acarrea un déficit estructural ingente a costa de mantener las mismas estructuras salariales y protectoras que el sector privado tenía en los 70 (esas mismas que desprotegieron al trabajador acabando con el empresario). Al menos, Orr aseguró el cobro de 5.400 millones en bonos al revisar que estuvieran legalmente anclados a los ingresos generados por las empresas públicas de Detroit, lo que blindó a los tenedores de los mismos. Los restantes, empero, están ligados a impuestos y son los que generan la mayor problemática.
La recaudación fiscal cae sin remedio en una ciudad particularmente afectada por la burbuja inmobiliaria. La renta mediana de Detroit está por debajo de la mediana de Estados Unidos lo que convirtió a la ciudad en blanco perfecto para colocar las famosas hipotecas ninja. Se generó una altísima inflación de precios de activos inmobiliarios que ha sido total y salvajemente corregida como síntoma de este desequilibrio en los ingresos de las familias. Esta corrección ha supuesto una importantísima caída de la recaudación fiscal que Orr no está atajando de ninguna manera.
Y ahora, ¿le toca a California?
La pregunta es inmediata. ¿Qué ocurrirá ahora? ¿Habrá reacción en los mercados? Bueno, ya comentábamos ayer que no. Que seguramente es más probable que los inversores se lo tomen como un aviso serio a Bernanke para que no ceje en su empeño de pervertir el dólar y no como un síntoma más de que el keynesianismo no funciona.
Mercados a parte, nuestros ojos deben viajar al oeste, concretamente a California. Hace relativamente poco, la ciudad de Stockton también se acogió al ya citado Capítulo 9 y poco a poco otros pequeños municipios californianos empiezan a estar al límite. El Estado de California (que acabó hiper endeudado entre 2001 y 2012) tiene un curioso sistema de mantenimiento de sus municipios que ya demostró en los 70 (cuando las quiebras municipales fueron asumidas por el Estado). El problema no es tanto como el de Detroit sino por su estructura de gasto público. Pequeño pero del considerado fundamental (ya que mantiene pensiones públicas y gasto sanitario, fundamentalmente) y desde luego absurdo (hace poco conocíamos que un socorrista californiano tenía derecho a una pensión de 200.000 dólares anuales). Estas controversias elevan el riesgo de impago de California hasta el punto que tiene un nivel de CMA extremadamente similar al de España e Italia. También se especula con el Estado de Illinois cuyos niveles de deuda son también altamente preocupantes y no cuenta con la seguridad recaudatoria de California.
En cualquier caso, y cerrando, la situación a nivel estatal en Estados Unidos es tanto o más preocupante que la situación a nivel federal. El Gobierno de Obama tiene una gran baza que jugar aquí. Si permite que el mercado actúe con el respeto a las reglas de los contratos y de la propiedad tal y como establece el procedimiento del Capítulo 9 puede que el default no haga perder tanto dinero a los tenedores municipales (ya que los bonos municipales de Detroit podrían revalorizarse), limpiar la estructura municipal y volver a crecer. Empero, si riegan la ciudad de dinero público como hicieron en los 70, su fracaso será todavía mayor.
Por cierto, para los fans de Krugman, aquí podéis ver un artículo suyo en el que defiende las políticas realizadas en Detroit. Como siempre, el gurú acertando.