La filosofía de la inversión en valor siempre está persiguiendo un fantasma: El valor intrínseco. Dícese del precio objetivo que debe tratar de alcanzar la cotización de una empresa en base a su capacidad de generar valor futuro. La diferencia de ese valor y el precio actual es el potencial de revalorización, es la esperanza del inversor.
Pero esto tiene muchas matizaciones. El precio objetivo se calcula en base a los datos actuales y a los parámetros de contexto presentes donde se desenvuelve la empresa (sector, zona geopolítica, desarrollo tecnológico, financiación, competencia, etc).
Sin embargo todos estos parámetros son dinámicos, elásticos, diacrónicos y no dependen del buen o mal hacer de la empresa, de sus productos, servicios y gestores, que es lo que se suele analizar. Todas estas variables constituyen el hábitat de su acción empresarial y, además, son elementos cualitativos prácticamente incuantificables.
No obstante los más value investment, de pata negra, nos ofrecen un valor intrínseco cuantificado que van corrigiendo con el tiempo y, conforme se aproximan al mismo, reduciendo el margen de seguridad, lo suben o se salen de la inversión.
Esto tiene mucho de técnica de análisis fundamental de las compañías, pero el resultado final tiene más de disciplina artística. Después de hacer muchos números se resuelve con un capotazo intuitivo. Y con razón. Porque hay contextos que aconsejan prudencia… o audacia, y no están escritos en ningún sitio. En esto la experiencia ayuda.
Y al final el precio objetivo resulta ser subjetivo (del autor del análisis) y por ello también intuitivo.
¿Se invalida con esto la filosofía del value investment?. No, en absoluto. Pero que conozcamos algo no debe suponer unas anteojeras que no nos dejen percibir otros planos generales, otros mundos, otros elementos radicalmente influyentes.
Conviene estar abierto a la falsación de las propias teorías porque la realidad es eso que está fuera de nuestras cabezas.