Tal como comentábamos en nuestro último artículo, los inversores en general se consideran poco o nada rentables, y, sorprendentemente, parecen carecer de racionalidad de manera muy sistemática. Un ejemplo muy gráfico de este hecho es que las expectativas de los inversores suelen estar basadas en el comportamiento pasado del mercado.
Como se ilustra en la siguiente imagen, elevadas ganancias en los mercados de renta variable durante los doce meses previos actúan como un catalizador para futuras expectativas positivas sobre el mercado. Esto contrasta fuertemente con la realidad económica, ya que los períodos en los que se generan altas rentabilidades acaban provocando valoraciones menos favorables de los activos, por lo elevado de los mismos, y posteriormente rendimientos más bajos en los periodos siguientes.
Si este tipo de comportamiento es al menos en parte sistémico, es importante que aprovechemos la oportunidad de explorarlo. Así, Behavioral Finance es el campo de la investigación en el que los frecuentes y reincidentes sesgos sociales, cognitivos y económicos -y cómo estos influyen en la toma de decisiones económicas- son investigados, utilizando los aspectos tanto psicológico como de la teoría económica neoclásica. Una vez que el proceso de la toma de decisiones se entiende mejor, los efectos de los sesgos de comportamiento sobre los precios de los activos y los rendimientos de las carteras pueden ser evaluados. En consecuencia, se pueden tomar medidas para tratar de mitigar o evitar sus efectos.
De hecho, los resultados de la investigación del comportamiento han demostrado que el primer paso para evitar errores de inversión basados en sesgos del comportamiento consiste precisamente en saber de la existencia de estos prejuicios y entender cómo funcionan los mismos. Por lo tanto, el objetivo de este serial de artículos, en adelante, será tratar de remarcar y explicar los sesgos de comportamiento que creemos que son más relevantes a la hora de condicionar la toma de decisiones de un inversor individual.
Veremos cómo influyen factores como la percepción y las disonancias cognitivas, la influencia de nuestro entorno social, aspectos tan propios a la condición humana como el orgullo y la capacidad de arrepentimiento, o la manera en que solemos asumir riesgos en base a cuestiones como la sobre confianza.