Son casi 6 millones que viven en 6.800 municipios menores de cinco mil habitantes (ver INE), de los más de 8.100 municipios que hay en España; además desperdigados en todo tipo de comunas, pedanías, aldeas, caseríos... y demás urbanizaciones privadas reclamantes de inversión pública. Disfrazados de campesinos van mendigando por los aparatajes administrativos todo tipo de asuntos: Que pare el AVE en su pueblo, que no hay cobertura de móviles o tele, que no tienen oftalmólogo de cabecera, que necesitan urgentemente otra universidad, que sus hijos se tienen que desplazar 10 kilómetros para ir al instituto...
Y los políticos escuchan con esa oreja que Dios les ha dado para entender problemas donde comprar votos con el dinero ajeno, y hablan de asentamiento de la población, de la comunión idílica con lo rural, lo artesano, lo natural, como si los hippies en cuestión no salieran chaspados los sábado a atestar los centros comerciales de la ciudad más próxima, y las mujeres no se pusieran a estudiar lo que sea como locas con tal de huir del pueblo y sus aledaños, saliendo despavoridas de ese machismo ancestral, familiar y tribal que emana de la ruda tierra; o como si las cataratas se las fuera a operar su cuñado con una navaja en un gallinero.
La gente tiene un olfato especial para olerse lo insostenible y a pesar de que la inversión pública por habitante en los núcleos pequeños llega a multiplicarse por 11,5, saben que para mejorar hace falta una masa crítica. Y quieren para sus hijos un mundo sin gasones ni cabras lanzadas desde el campanario, y mientras tanto mantienen esos parques temáticos bien decorados donde aún conservan alguna gallina como atrezzo, con el fin de dar sus golpes de comando en la ciudad, "apatrullándola", enviando como avanzadilla a los casi 50.000 concejales con que cuentan, un ejercito motorizado en coches 4x4 para conseguir el asfaltado hasta la puerta del chalet de su primo pagado por otros primos, los de la ciudad.
Y las fiestas, no nos olvidemos de las fiestas, cómo podríamos emborracharnos sin recibir apoyo cultural para bacanales populares, vaquillas y mamachichos de diverso pelaje.
A estas comunas las llaman pueblos, y a sus casas, en realidad sus segundas residencias de lujo, estilo snob autentico, donde están censados, aunque el piso lo tienen en la ciudad, les llaman casas rurales. Y con este simple truco histórico-infantiloide de teleidiocia consiguen la pasta ciudadana, la subvención para hacer una piscina en el corral...
Más de 3.000 alcaldes no viven en su pueblo. ¿Para qué? Si no hace falta. El día que alguien haga la cuenta les dará lo que se merecen: la independencia, la no dependencia, la libertad. Y podrán dejar la drogadicción de la indignidad mendicante.