Si atendemos a lo que nos indica nuestro gobierno, lo peor ya ha pasado e incluso se espera un pequeño crecimiento en el PIB para este mismo año. Sin embargo, con una deuda pública que no para de crecer, el desapalancamiento de las familias y empresas, la reducción de la facilidad de crédito, comienzo de un largo período electoral, que hará que nuestro gobierno no tome determinadas medidas necesarias en nuestra economía para reducir nuestro gasto especialmente político, junto con un riesgo de deflación, me temo que para este año la deuda pública no hará otra cosa que incrementarse.
Vemos en el gráfico siguiente, elaborado por Expansión, con fuente en datos de la Comisión Europea y Eurostat, cómo ha evolucionado la balanza fiscal desde 2000 hasta la actualidad y una previsión hasta 2015 suponiendo que los resultados se adapten a los objetivos permisivos que nos tolera Bruselas. Por otra parte, el FMI estima que nuestro endeudamiento público seguirá subiendo hasta 2018 alcanzando el 105% de nuestro PIB.
Como sabemos, nos encontramos en una situación particularmente delicada en relación a este problema. Por una parte, nuestra economía, aún suponiendo que haya salido de la recesión, no se espera grandes crecimientos que permitan un incremento del consumo, la inversión, reducción del desempleo,… que ayuda en la mejora de la recaudación, sino que al contrario, parece que las altas tasas desempleo se están convirtiendo en estructurales, ayudada por una falta de mejora en las expectativas empresariales, diga lo que diga el gobierno.
Si a esto unimos un cierto riesgo de deflación, o al menos un estancamiento en los niveles de precios, lo que es muy positivo para el menguante bolsillo del ciudadano, nos encontramos que la varita mágica de la inflación no va a ayudar a devolver los intereses y principal una deuda que minora por ese motivo.
No se trata sólo de un juego de cifras, sino de asumir que estas elevadas tasas de endeudamiento suponen un empeoramiento de la economía en todos los sentidos, empezando por el elevado servicio de la deuda que mengua otras partidas imprescindibles para ayudar al crecimiento, especialmente en inversión productiva, o en reducción de los impuestos que ayuden a mejorar el consumo y estimular el crecimiento.
Por otro lado, si bien es cierto que los acreedores de esa deuda proceden de todas partes del mundo, la gran mayoría corresponde a entidades financieras españolas, lo que quiere decir que ese elevado montante de recursos económicos no se está utilizando en la financiación de la economía.
Me temo que ante la cercanía de distintos períodos electorales, nuestro gobierno frenará importantes medidas de ajustes necesarios para corregir este grave asunto, estrangulando más aún la financiación y ahondando en el problema, al mismo tiempo que condena al desempleo a muchas capas sociales.