"La inflación es injusta, la deflación inconveniente". Keynes
Ayer conocimos el dato de inflación en España correspondiente a 2013. La cifra fue demoledora pues los precios de una cesta de consumo tipo se incrementaron tan sólo en un 0,3%. La tendencia desde el pico en la última década no puede ser más esclarecedora sobre el proceso deflacionario que vive nuestra economía. Como sucede tantas veces, una cosa es lo que un índice dice y otra cosa bien distinta es la realidad.
En el caso del índice de precios al consumo (IPC), tanto su composición como su interpretación siempre van a ir aparejadas a cierta subjetividad y representatividad. Si alguien se toma la molestia, yo lo he hecho, de ver los grupos y subgrupos que lo componen así como los elementos incluidos, se podría dar por buena su elaboración pero en cualquier caso esa sombra siempre planeará. La cuestión no es tanto la altanería de decir si está bien compuesto o calculado sino lo que de fondo representa. Que caigan los precios y que se avive el debate de la deflación, es lo realmente importante.
Vivimos un giro global, al menos en los países desarrollados y especialmente en Europa, hacia un modelo de consumo low cost, “hágaselo usted mismo” y de desaparición de intermediarios. Eso implica un ajuste en el precio de los bienes y servicios que se le presupone progresivo pero que en algunos países ha llegado con mayor fuerza de la esperada. La condición necesaria previa a la deflación en precios es la deflación en salarios y la pérdida de empleo necesaria para que se acelere, y esa está aquí de pleno.
España, un país en el que los sueldos del sector privado, representativo de un 84% sobre el empleo total, se mueven desde hace años en tendencia decreciente, a pesar de los convenios colectivos y los ajustes de variables o complementos, en el que el empleo funcionarial y público también se ha sumado al ajuste, en el que el consumo mantiene tasas negativas desde el inicio de la crisis, en franca progresión hacia el envejecimiento y con insoportables tasas de paro en sectores críticos como los parados de larga duración y los jóvenes, la deflación en salarios es una realidad por lo que la subsiguiente de precios y servicios, se convierte por tanto en inevitable.
Mi experiencia confirma esa afirmación. Los precios de muchos artículos, los que se incluyen en el cálculo del IPC, puede que todavía no muestren la “regresividad oficial” necesaria para poder hablar de deflación. Y en este sentido hago un alto. Para que una economía esté en deflación debe de existir una caída continuada en los precios, por lo que una observación de un mes no es válida. Pero España tiene un porcentaje de economía sumergida muy importante, nada menos que un 28% del PIB según los cálculos del catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid Santos Ruesga y el economista e inspector de Hacienda del Estado Domingo Carbajo. Es decir, más de una cuarta parte de la actividad económica se realiza a precios notoriamente inferiores a los que recoge el índice, precios que se ajustan a salarios devaluados, subvencionados o simplemente inexistentes.
Ahí sí que existe una verdadera deflación de precios. Cualquier “chapucilla casera”, de profesionales o de aficionados, que no requiera de intermediarios y que no sea compleja, está experimentando una caída en precios espectacular. Recientemente solicité un servicio de pocería y limpieza para el que me ofrecieron, impuestos incluidos, un presupuesto medio de unos 400 € frente al que acepté de 60 € la hora. Cualquier usuario un poco avezado en Internet sabe moverse para, tomando como referencia los precios de venta de cualquier gran centro de distribución, buscar un equivalente en otra parte del mundo a un precio que, en media, bien puede llegar a ser de hasta un 50%. Obvio gangas que todos hemos encontrado en China u otro país a descuentos mayores. Y no estoy hablando de rebajar el estándar de calidad. Estoy hablando que grandes distribuidores agresivos en precios como Amazon, ya incluyen ofertas comparadas de artículos de segunda mano en excelentes condiciones con una rebaja considerable. Ejemplos de webs distribuidoras hay cientos. Y podríamos seguir con las marcas blancas, las nuevas cooperativas, la vuelta a productos manufacturados de manera artesanal a precios razonables, etc.
El debate y las experiencias personales se podrían alargar de manera espectacular. Todos tenemos ejemplos de compras “chollo”. Pero nos llevan inexorablemente al mismo punto, la economía española es deflacionaria en precios. Absolutamente deflacionaria. Un profesional que sale expulsado del mercado de trabajo difícilmente se reincorpora con el mismo sueldo, no ya a uno superior. Cualquier búsqueda de artículos nos lleva a proveedores, locales e incluso globales, con rebajas considerables. Cualquier servicio no regulado o públicamente intervenido puede ser renegociado a un precio menor.
Esa es la realidad del mercado español que es en gran medida extensible a otros países donde se comparten hechos comunes, bien por el paro bien por un ajuste de precios por caída de la actividad. ¿Saben cuál es la diferencia? La libertad. España sigue siendo un país centralizador, planificador y regresivo. Como decía Soria el otro día “los precios de la luz para muchas familias han bajado”. Claro señor ministro, excluyendo impuestos. Si usted elimina la gravosa carga impositiva y el asfixiante estrangulamiento de los contribuyentes, le puedo asegurar que la inflación no sería un debate sino una realidad. El interrogante que deja esta reflexión es qué habría ocurrido con un gobierno aperturista, liberal y no fiscalizador que hubiera dejado actuar a los mercados con mayor libertad y a los consumidores tomar decisiones sin pensar la amenaza continua que suponen los impuestos. Puede que la respuesta esté en el hecho de que la deflación siempre beneficia a los prestamistas y un poco de deflación quizás le venga bien a la banca.