Resulta que según Luis Herrero la culpa de la hecatombe de la derecha el próximo domingo la tengo yo, por abstencionista. Resulta que, según Luis del Pino en el mismo medio, tres cuartos de lo mismo. La culpa de lo que ha pasado estos años y lo que viene la tengo yo, por no haber dicho nada (¿?) cuando Rajoy hacía barrabasadas. Por favor, señores, aténganse a los escasos medios que le quedan al ciudadano de este país - Sí es que le queda alguno - para poder controlar esa casta de políticos que no nos gobierna, sino que nos asfixia diligentemente a impuestos y a leyes totalmente aberrantes, sabiendo que da igual que gobierne la derecha o la izquierda.
¿Tengo yo la culpa sí Sánchez pacta con los nacionalistas para gobernar? Lo niego rotundamente. ¿Tengo yo la culpa, infames periodistas, de lo que ha deshecho Raloy con su desidia alcoholica? Niego la mayor, señoría.
Si he decidido abstenerme es por la desilusión existencial que obtuve por participar y votar el 28 de abril. Lo he explicado en el post anterior No quiero saber nada de este circo mientras no cambien la ley electoral, y no lo van a hacer porque beneficia al que está en el poder. Así que el cambio de un partido o partidos por otro u otros no tiene trascendencia. Estamos entrampados en unas reglas del juego que entrega el poder a las cúpulas de los partidos, y ellas deciden qué se hace a todos los niveles, incluso autonómico. ¿Que hay 2700 leyes que impiden que haya un mercado único y esto sea un país? Nunca va a cambiar porque beneficia a la cúpula partidista.
Sobre esa base elemental y palmaria, decido que me abstengo, que quiero vivir lo que me queda de vida sin saber nada de política española. Observaré estoicamente cómo se deshace este país, espero que despacio, lo más despacio posible.
No sé en qué me atañe, ni qué puedo hacer yo para remediarlo, así que tomo la decisión, para mí la única inteligente y noble, de no participar en tanta gansada. Quien se crea que esto es una democracia, allá él, iluso. O mejor para él, si lo cree. Las ilusiones ayudan a vivir.
No quiero que ciertas cosas me alteren mi estabilidad emocional. Hay cosas inevitables, como que te enamores y pierdas dicha estabilidad, pero lo veo improbable en mi caso. Al que le suceda, pues enhorabuena, puede ser una fase vital de la que se aprende y se acumulan recuerdos. Pero una cosa es esa y otra muy distinta apasionarse de odio por la política, indudablemente generadora de odio que no recompensa.
Hay tal distancia entre lo que habría que hacer y lo que se va a hacer, que no vale la pena molestarse. Observar, comentar, escribir, sí, pero con la justa melancolía que se merecen estos intrusos en nuestra vida, por los siglos de los siglos.
¿Exagero? Estudien la historia de este país en los últimos doscientos años, o en los últimos 100 años, y verán unas constantes aplastantes contra las que no vale la pena enervarse.
Repito, yo no tengo la culpa.
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