A partir de Keynes, su teoría monetaria terminó con la teoría del tipo de interés clásico, que predicaba que eran la oferta de ahorro y la demanda de inversión las que determinaban el tipo de interés. Keynes, que se mantuvo fiel a la teoría neoclásica hasta su obra “La teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, dio un giro radical en ésta.
Para los anteriores economistas, el tipo de interés justo o de equilibrio (fue consagrado con el nombre de interés natural por el sueco Wicksell), era el que igualaba el ahorro y la inversión. El ahorro es el no gasto de la renta, y la inversión es el gasto que hacen las empresas y los emprendedores para reponer y ampliar su equipo de capital (Si restamos el componente reposición, queda la inversión neta, es decir, la ampliación de capital). Puesto que los ahorrradores cobran una rentabilidad por ceder su ahorro a los inversores, que éstos aceptan pagar porque van a ganar una rentabilidad sobre el capital, el tipo de interés que iguale a ambas fuerzas será el de equilibrio, en el que la economía se estabilizará, aunque este equilibrio es compatible con el pleno empleo si-sólo-si los salarios son flexibles a la oferta y demanda de trabajo. Por lo tanto, las variables claves de la economía son el ahorro/inversión> tipo de interés, y oferta/demanda de trabajo>salario. Cada uno de éstos dos mercados son independientes, y la parte del ahorro líquida no tiene ninguna trascendencia, pues es una proporción fija del ahorro total, ya que juega un papel la ley de Say, que determina que toda renta no ahorrada se gasta, pues mantener dinero es un despilfarro, no da interés. Se ahorra en forma de dinero una cuota fija, insignificante, por razones de pagos futuros previstos e imprevistos, pero no es un activo pleno como lo son los bonos y acciones, que dan un rendimiento.
Pero Keynes observó que la demanda de dinero por parte de los especuladores no era nada estable, y que esta inestabilidad afectaba ciertamente al tipo de interés. Los especuladores estaban continuamente saltando de una posición de inversión a una de plena liquidez para esperar otro momento idóneo para entrar en el mercado. Esto es inevitable en cualquier mercado financiero - aunque también los no financieros son susceptibles de especulación.
Keynes ordenó los activos de mayor a menor liquidez (por ejemplo, él cabeza el dinero y el último lugar un inmueble), y dijo que ninguno de los poseedores de éstos activos desdeñaba la liquidez, a la que siempre prestaban atención, porque su quiebra y su ruina podría venir de la necesidad de vender sus activos para recuperar la liquidez suficiente para poder hacer frente a deudas contraídas en el pasado.
En casos extremos, de pánico, todos los agente querrán conseguir liquidez vendiendo activos, y si nadie ofrece esa liquidez vendrá una deflación de activos (como en 1929) que nadie querrá ni al menor precio, más cuando los tipos de interés habrán subido a las nubes, arrastrados por la demanda de liquidez.
La liquidez se convertía así en el centro de la teoría del tipo de interés, siendo éste el precio de equilibrio entre la demanda y oferta de liquidez y el tipo básico de toda la economía. Ahora bien, este tipo de interés no puede ser llamado de equilibrio, pues no garantiza la estabilidad. Si es muy bajo habrá exceso de actividad e inflación, y si es muy alto, contracción de la actividad y desempleo, sin que la flexibilidad salarial pueda garantizar la ausencia de paro. Supongamos un exceso de demanda de liquidez. Como no hay nadie que la ofrezca - la demanda es unánime e infinita, todos venden para lograrla - sólo si sale al mercado alguien dispuesto a ofrecer lo que demanda la sociedad se puede parar el catastrófico proceso de contracción y deflación, originado en el deseo de la gente en vender todo lo que posee para saciar su demanda de liquidez. En Keynes no hay equilibradores automáticos que equilibren la situación. Sólo si el Banco Central está dispuesto a ofrecerla se puede frenar la caída.
Por otro lado, en el resto de la economía sucede que dado el aumento de la incertidumbre (concepto fundamental en Keynes), aumenta el ahorro, lo que según los clásicos sería una gran ayuda, pues al aumentar éste aumentaría la inversión, según su esquema teórico; erróneo desde luego, pues el aumento del ahorro reduce el consumo y la inversión, contrayendo más aún la producción. Por el contrario, para Keynes habría que incentivar el gasto, no el ahorro. Y a veces es difícil conseguirlo vía política monetaria expansiva, porque la incertidumbre (estrictamente riesgo no calculable en probabilidades), es el peor enemigo de la inversión (y del consumo, arrastrado a la baja, además, por la caída de la renta de los parados). Pero ¿por qué no se cumple la teoría de los clásicos (o austriacos también), de que el aumento del paro baja los salarios hasta recuperar el pleno empleo?
Si nos ponemos en la situación de un parado lo comprendemos. La recesión ha echado a la calle a un porcentaje importante de los más trabajadores, y probablemente éstos estaría dispuestos a rebajar su salario, pero la incertidumbre no le deja precisar. ¿Hasta dónde y cuánto, por qué tipo de contrato, parcial, temporal? No sabe, sabe que tiene unos gastos fijos que intentará mantener (colegio de los niños), comida, etc), y le resulta difícil aceptar que tendrá que renunciar a estas cosas si no lo asimila poco a poco, lo que hará que deje pasar oportunidades... con el riesgo de quedarse en el paro. Hay un periodo de meses antes de que acepte hasta dónde han llegado las aguas y lo que tiene que ceder, para obtener un salario del que tendrá que recortar gastos corrientes para hacer frente a los más necesario y la devolución de las deudas contraídas. De modo que las negociaciones no son fluidas aún cuando haya flexibilidad salarial. No es que ésta sea mala, es que no es suficiente. Tampoco tiene claro cuál será el nivel de precios que determine su salario real.
De forma que se ha producido un cambio radical en la visión de la economía. Ahora, desde Keynes, no es el equilibro ahorro/inversión y flexibilidad salarial de lo único que estar pendiente, la liquidez entra como determinante del tipo de interés, que no es ya aquel interés natural que lo equilibraba todo. La ruptura se consolidó e incorporó al cuerpo doctrinal, aunque difusamente por el intento de sus sucesores de elaborar una teoría síntesis entre Keynes y los clásicos, que Geof Tyli llamó la traición a Keynes. Samuelson y Hicks fueron los lideres de esa “conspiración”, cuyo resultado ha sido la doctrina mayoritaria hasta ahora.
Por su parte, Friedman aceptó la teoría monetaria keynesiana (le dedicó un artículo laudatorio), pero matizándola diciendo que la teoría de la demanda monetaria no era tan inestable, y sin admitir la teoría de Keynes de que aveces el aumento del gasto público y de la deuda eran necesarios para compensar la caída de la demanda. Friedman es el origen de los neokeynesianos, que propugnan modelos matemáticos con desequilibrios leves debidos a razones monetarias corregibles.
Otros siguieron impertérritos la senda de la economía clásica.
Algunos se preguntan si Keynes no era de izquierdas, pero él lo negó. Dijo que odiaba a Marx, para él incomprensible, y que si llegaba la revolución le encontrarían al lado de los suyos, a los que llamaba la “clase ilustrada”. Nunca pensó mucho en la distribución de la renta, y su única obsesión era mantener la economía, con tendencia al desequilibrio, en su máximo potencial. Para él era más importante la creación de trabajo que la distribución de la renta. Trabajo que en una economía capitalista tenía siempre tendencia a escasear.
Las aportaciones pioneras de Keynes fueron muy importantes Desde entonces, y pese a sus errores hubiera sido mejor, cromo decía Hyman Minsky, profundizar en ellas y mejorarlas, que traicionarlas con la “síntesis” keynesiana-neoclásica.
Foto wikipedia. Keynes, Russell y Strachey
La crisis de 2008, llamada la “Gran Recesión”, es un ejemplo paradigmático de la teoría keynesiana. Un cisne negro suscitó en los mercados financieros un pánico que despertó en todo el mundo una demanda infinita de liquidez, lo que llevó a poner en venta todo los activos poseídos, derrumbando los mercados. Cuando todos quieren vender, y nadie quiere comprar, se derrumban los precios de los activos, empresariales y bancarios incluidos, lo que desata una dinámica de quiebras en cadena. Sólo la reacción - algo tardía - los Bancos Centrales ofreciendo liquidez sin límite se evitó una crisis mundial sin precedentes.