Keynes versus Hayek (III)

16 de enero, 2021 2
Treinta años Economista Titulado del Banco de España. Economía internacional. Autor del blog "Decadencia de Occidente", blog sobre los estragos... [+ info]
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Entrados los años treinta, el debate entre Keynes y Hayek se enfrió bastante; por una parte, Keynes le escribió a su contrincante que creía más interesante dar forma a sus ideas en el libro que estaba escribiendo. Por otra, Hayek se encontró con un nuevo frente en su propia casa, con la llegada de Hitler a poder y la posterior invasión de Austria por Alemania, lo que le llenó de angustia. Se dio cuenta que sus objetivos ahora eran distintos, que tenía que demostrar que tan peligrosos como los comunistas lo eran los nazis, sobre todo cuando viajó a su país y le contaron los horrores nazis. Es significativo que la familia Hayek - su mujer y dos hijos - que hablaban alemán en casa e inglés fuera, se convirtieran en anglófilos totales como rechazo del nazismo. Hayek empezó a romper con sus raíces austriacas, y poco a poco abandonaron la idea de volver. “En cierto sentido, me volví británico, era una actitud natural para mí”. “Era como entrar en un baño caliente que estaba a la misma temperatura que tu cuerpo”. De esta fase vital de Hayek quizás surgió lo que para mí es lo mejor de su obra, en la que demostraba que una economía socializada o nazificada era un desastre porque los preciso eran decisión del tirano, y no había precios libres que orientaran la producción de la única manera factible, por la inversión privada. Ahora bien, que nadie se equivoque. Keynes siempre estuvo de acuerdo con eso y nunca propuso intervenir los precios. Es más, Keynes odiaba las guerras, y esa sentencia tenebrosa de que “no hay como una guerra para acabar con una depresión”. “Bien - decían Keynes -, están reconociendo que el gasto público y la deuda son eficaces para sacar a la economía del pozo , ¿por qué no hacerlo en tiempos de paz?”. 
En febrero de 1936 se publicó la “Teoría general de la ocupación, el interés, y el dinero”, donde Keynes exponía sus nuevas ideas, sin dejar de usar su acidez habitual para pinchar a la teoría austriaca. Una de sus primeras batallas, lidiadas brillantemente, fue la “Ley de Say”, que decía que el dinero era neutral porque siempre iba al mercado a gastarse en un bien o en un activo. Nadie estaba tan loco para guardar algo estéril que no rendía nada, salvo como previsión de gasto. Keynes reinventó la teoría monetaria, dandole una firmeza que ha durado hasta ahora. Keynes no era un deductivista como lo eran los austriacos; el observaba los hechos, y desde luego constató que había una demanda de liquidez que, en tiempos normales, era constante, pero en tiempos de turbulencias tenía cambios causantes de grandes contracciones. El dinero dejó de ser neutral. TTorpedo en la línea de flotación de Hayek & al. Porque si aumentaba la incertidumbre y, por ende, el ahorro sobre la renta, desde luego esa demanda de liquidez a cualquier precio del tipo de interés, no se iba a gastar en consumo o activos. Era una demanda de dinero causada por la incertidumbre. Según sus seguidores, Keynes era un economista financiero de primera línea, y la primera traición vino de sus adeptos que quisieron conciliarle con la economía clásica (Hicks, Samuelson & al).
Otra aportación fue el multiplicador del gasto. Toda libra gastada por el gobierno en proyectos no asumidos por el sector privado, tendría un efecto multiplicador relacionado con la velocidad de circulación de esa libra. Y lo mejor que podía hacer el Banco Central era emitir liquidez para que la velocidad de circulación aumentase. Esta idea fue adoptada por Friedman, que no se refrenaba en reconocer las aportaciones de Keynes. En realidad la teoría monetaria de Friedman es un 99% la de Keynes, con matices para que no se notara que la había tomado de su peor enemigo (Friedman logró su fama como polemista contra un fantasma). 
Un objetivo de Keynes, ya mencionado antes del libro, era advertir de peligro de que una sociedad hundida económicamente se polarizara hacías los extremos políticos, como él mismo advirtió en su “Consecuencias económicas de La Paz”, su primer gran éxito (escrito sobre La Paz de Versalles de la Primera Guerra Mundial), y bien visible en la polarización que hemos vivido desde la crisis del 2008. Para Keynes los Austriacos tenían un modelo inaplicable a la realidad, lleno de automatismos que llevaban a la economía a un nuevo equilibrio con pleno empleo, totalmente inexistentes. De hecho lo que era de esperar si no se hacía nada era una desmoralización que podía llevar a la guerra, como demostraban los nazis. El triste estado hoy de Latinoamérica y su deriva hacia el comunismo enseña con toda su crudeza las consecuencias de la inestabilidad económica. 
Esa polarización la hemos visto en todos los rincones de mundo.

(Y aquí termina lo esencial del debate cara a cara entre los dos gigantes. El debate prosiguió por otros caminos menos personales, pero el hecho es que Keynes- o mejor dicho, un esquema empobrecido llamado con su nombre -, se hizo amo y señor de la economía. A este fantasma le combatió Friedman, gran economista y propagandista, seguido por su discípulo de Chicago Lucas. Pero Hayek fue resucitado por Margareth Tahtcher y su amigo Ronald Reagan en los ochenta, año en que la economía dio un giro de 180º. Lo que vino después fue el triunfo de los clásicos hasta la Gran Recesión, 2008, que nos ha dejado a todos con más preguntas que respuestas.)

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