En un artículo de Juan Ramón Rallo vemos por qué la utopía libertaria es un camelo desde sus fundamentos. Dice Rallo en ese artículo,
En artículos anteriores he explicitado mi defensa del derecho de secesión individual como una manifestación fundamental de la libertad de asociación (y de desasociación) que posee toda persona. Lo anterior no significa que uno pueda ejercer unilateralmente, y al margen del contexto institucional vigente, ese derecho de secesión: significa que el marco jurídico debe modificarse —sin dilación y con las pertinentes garantías para todas las partes implicadas— para habilitar un procedimiento reglado que permita ejercer ese derecho de separación.
Por consiguiente, uno puede oponerse razonablemente al 'procés', por cuanto este no se desarrolla conforme al marco jurídico actual, y al mismo tiempo puede reclamar la modificación de ese marco jurídico para que deje de cercenar el derecho de separación política(del mismo modo, uno podría oponerse al fraude fiscal y, al mismo tiempo, reclamar que se deje de expoliar tributariamente a los ciudadanos).
Exquisito postureo sólo realizable en la mesa del soñador, que pergeña páginas utópicas, cuando esta creyendo, esto es lo malo, que son realizables.
El libertario toma el rábano por las hojas, y habla de derechos de autodeterminación que no tienen en cuenta el agravio comparativo, los derechos pisoteados, de los demás sujetos de la sociedad a los que se agravia si cada uno de nosotros tuviéramos la capacidad de autodeterminarnos del estado y no cumplir leyes como el servicio militar - y cito este caso porque es un tema muy querido a los oídos de los libertarios, para quienes tal servicio es un atentado a los derechos individuales de un estado que sobrepasa el ámbito de sus competencias.
Creo que es patente y más que patente la utopía que late en esta postura que fue aportada por Rothbard al liberalismo utópico, diseñando una sociedad en la que lo único que rige es la propiedad privada, el derecho a las armas para defenderla, y la liberación de los padres de cuidar de sus hijos, que son propiedad suya y por tanto tiene el perfecto derecho de no alimentarlos ni educarlos, en cambio si transferir su propiedad a quien le interese.
¿Cuanto más utópico es esto trasladado a un supuesto derecho de autodeterminación de un territorio como es Cataluña de unas leyes consensuadas por la mayoría? Sí, como propone Rallo, tuviéramos que estar constantemente cambiando el ordenamiento para que cupiera tal aberración, no existiría ni la nación, si el estado de derecho, ni la seguridad suficiente sobre el estado de las cosas y el suelo diario que pisamos.
Es una dislocación del concepto de naturaleza humana sospechosamente próxima a la de Rousseau, una naturaleza buena y pastueña que siempre va a reaccionar bien a la falta de entramado social firme incorporado en unas leyes estables, una necesidad para cualquier cabeza sensata.
Pero la sensatez no es lo que caracteriza a estos libertarios de salón, que dibujan filigranas irrealizables y reciben parabienes por sus locuras, mientras la realidad se desintegra.
Otros libertarios conceden la necesidad de un mínimo estado, con las funciones de guardar la seguridad, interna, la seguridad externa, y la libertad individual de sus ciudadanos. Es intuitivo que ya sólo esas funciones - dejemos de lado sin son insuficientes - exigen unas instituciones firmes que no pueden ser sujeto del capricho del derecho de autodeterminación de individuos, y menos de grupos o territorios.
Por lo tanto, en cuanto se asume la necesidad de una autoridad con unas mínimas funciones que afectan a todos los miembros de una sociedad, por activa o por pasiva, se ha de renunciar a la utopía.