Me gustaría hablar de dos mis autores favoritos, Berlin y Keynes. Mi intención es destacar algo que tienen en común, por mucho que sus aportaciones sean completamente distintas. Sin embargo, ese algo en común les hace coincidir en la raíz misma de su pensamiento. Hay una excelente introducción para los primeros interesados a Berlin en R. González Férriz, de quien tomó esta foto, de Berlin con Kennedy:
Que demuestra que llegó a ser famoso, aunque por vías extrañas, porque nunca mostró interés por publicar sus ideas, que sólo divulgaba por la radio hasta pasados los sesenta años.
El pensamiento de Isaiah Berlin es el más original que he conocido, y merecería una divulgación mucho antes de la universidad. Sin embargo, no es un pensamiento difícil ni oscuro. Como Ramón González Férriz lo expresa muy bien, me voy a permitir apoyarme en él.
Berlin era ante todo un escéptico. Creía que los seres humanos deseamos cosas contradictorias y que nuestros yoes son intrínsecamente incoherentes y volátiles, por lo que a lo máximo que podemos aspirar es a mantener la libertad, pero no a construir utopías políticas que nos emancipen. Para él, que en muchos sentidos era un ilustrado clásico, la Ilustración se había equivocado al creer que los seres humanos son libres para elegir lo que quieran y, al mismo tiempo, insistir en lo que estos debían elegir. Cuando los humanos no escogían lo que era racional, afirmó Karl Marx, un extraño pero pleno hijo de la Ilustración sobre el que Berlin escribió un libro, era porque tenían una “falsa conciencia” y entonces era el Estado quien debía emanciparles en su lugar; de ahí, naturalmente, saldrían terribles dictaduras. Berlin abogaba por promover una “libertad negativa”: “Permitir al individuo que haga lo que quiera, siempre que sus actos no interfieran en la libertad de los demás”, en palabras de Ignatieff. La libertad positiva, en cambio, es “utilizar el poder político para liberar a los seres humanos, que así pueden hacer realidad algún potencial oculto, bloqueado o reprimido”.
Era un ilustrado clásico para el que la Ilustración se había equivocado al creer que podemos elegir y, a la vez, insistir en lo que debemos elegir
Además, y en contra de lo que creían los ilustrados (Berlin siempre se peleó con los de su bando), el número de objetivos que se puede perseguir es finito, y estos siempre estarán en contradicción. A diferencia de lo que afirman los proyectos políticos no liberales (y aún muchos de estos), no se puede luchar, por ejemplo, por la libertad absoluta y por la igualdad absoluta al mismo tiempo: las dos cosas son buenas, pero si tienes una libertad absoluta crearás una desigualdad absoluta; y para conseguir una igualdad absoluta tienes que acabar por completo con la libertad. Todo en la vida es así: no se trata solo de optar por una cosa buena frente a cosas malas, sino frente a otras buenas, y tienes que hacerlo, si eres cabal, de manera gradual, midiendo mucho. Pero eso también implica un elemento trágico: escoger significa descartar cosas positivas. O por decirlo con palabras de Ignatieff: Berlin estaba “convencido de que las personas no pueden ser libres si son pobres, desgraciadas y tienen una educación deficiente. La libertad solo era libertad si se disfrutaba de ella con algún grado de igualdad social. Pero cuestionaba toda la tradición socialdemócrata de posguerra cuando señalaba que los valores que latían en su fondo -igualdad, libertad y justicia- eran contradictorios entre sí. Por ejemplo, podría ser necesario un aumento de los impuestos sobre las rentas de unos pocos con objeto de hacer mayor justicia a muchos, pero era una perversión del lenguaje pretender que no se dañaría la libertad de nadie a consecuencia de ello”.
Ser humano obliga a elegir, pero esas elecciones suelen ser incompatibles, contradictorias. Necesitamos un orden externo que nos minimice los conflictos, pero ese orden externo, el Poder, no se reprime en querer imprimir su sello, muchas veces con la fuerza. La definición de “Libertad negativa” de Berlin me parece la única que puede ser la base de una sociedad en la que quepamos todos.
Desgraciadamente, esto no está claro en el 99,99% de la gente, que se deja llevar por proclamas políticas incompatibles - incluso las del mismo partido -, pero cada una de las cuales pretende estar en posesión de la verdad. La idea de una sociedad libre es más profunda y realista después de haber leído a Berlin, que de paso supone un gran paso en la comprensión de la naturaleza humana. Quien niega la naturaleza humana cree que nuestra mente es la “tábula rasa”, o hoja en blanco en la que se puede e escribir cualquier cosa, buena o mala, y si es buena, la persona será buena, si mala, mala, y desconoce sus limites bionaturales, que es necesario tener en cuenta.
¿Que tiene en común con Keynes? por decirlo brevemente, y creo que lo van a comprender, lo que él llamaba el error de los economistas clásicos de la “Falacia de la Composición”, que prescribe que no hay ninguna garantía de que las acciones individuales llevan a un equilibrio satisfactorio. Keynes es considerado por muchos como el anti liberal por excelencia, pero, como ven, tiene el mismo escepticismo de Berlin por la perfección social y sin embargo éste se declaraba liberal. Pero liberal escéptico, que conocía los límites del pensamiento y acción humanas.
Para Keynes era sencillamente imposible que las decisiones económicas de los individuos llevaran a un nivel mejor, porque esas decisiones estaban interferidas por la incertidumbre, que además es variable, lo que lleva a los hombres, ante la falta de información cierta, a mimetizar a los demás, actuar en manada, justificar sus errores en los de los demás. Lo que él llamaba los “Animal Spirits”, contrarios a la perfecta racionalidad, inexistente. Era imposible que sólo mediante la racionalidad cualquiera pudiera decidir, por ejemplo, el precio de lo que produce del año que viene en función de lo que supone piensan sus competidores, los cuales tampoco saben qué decisiones tomarán los asalariados y sus proveedores sobre los precios que son sus costes. Falacia de la composición: el conjunto no es la suma de las partes.
La Falacia de la composición es para mí una aportación clave, porque su existencia, difícilmente discutible, hace reaccionar a los individuos lejos de los caminos optimistas que llevan a la mejor solución.
En realidad los liberales a macha martillo, que imponen una solución única que sólo la acción individual encontrará, desconocen la naturaleza humana y sus límites.
No en balde Berlin era liberal pero creía en la sociedad del bienestar, y el muy ladino se reía de imaginar que alguien quisiera defender con su vida la propiedad individual. Tenía toda la razón.
Si no han leído a Berlin, empiecen por el artículo citado, que les encenderá el interés por probar más. Yo me bajado la biografía de Ignatieff recién publicada, pero les recomiendo todo lo que se ha traducido al español.