El conocimiento se encuentra
disperso en la sociedad, en cualquier lugar y de cualquier persona –hasta de la
que menos lo imaginamos- podemos extraer una valiosa lección. Sin embargo,
algunos rechazan de plano el acervo tradicional y prefieren abrazar posiciones exclusivamente
racionalistas y científicas, engalanando sus ideas con expresiones confusas o
complejas fórmulas matemáticas que aspiran a predecir comportamientos futuros,
ya sea de la Humanidad o de la cotización de una acción.
Los cientifistas e ingenieros
sociales consiguen el reconocimiento y el respeto gracias a la supuesta
complejidad de sus pensamientos. J. M. Keynes y su doctrina económica responden
a la máxima: “Cuanto más oscuro es el contenido, mayor el éxito”
Los sencillos y
humildes no consiguen el mismo grado de respeto académico. De cara a la galería
siempre es preferible pregonar a los cuatro vientos que la altísima
rentabilidad de tus inversiones en Bolsa es gracias a tu sistema de trading
algorítmico infalible. En cambio, campechanos como Peter Lynch - santa
sanctórum de los seguidores de la inversión en valor- no le duelen
prendas en reconocer que compró acciones de L’eggs –compañía textil
americana- una vez que su mujer le habló de las bondades del producto. Para
mayor muestra de su sinceridad, detalló esta inversión en el superventas “One
Up in Wall Street”.
Entonces, ¿sería una locura
dejarse guiar, a la hora de seleccionar una compañía, por conceptos sencillos, por pura gramática parda?
Veámoslo a través de un
ejemplo:
Humble Pie, legendaria banda
de rock, dedican su canción Ninenty-Nine
pounds -45kg- a una muchacha tan
guapa como pequeñita. Uno de los versos recoge un dicho popular, las cosas
de calidad superior suele venderse en pequeños envoltorios. El refranero advierte
que debemos desconfiar de la apariencia y observar la naturaleza real de las
cosas. El tamaño de por sí no es una característica positiva y si regimos
nuestras opiniones por la dimensión del objeto se puede aplicar otro refrán “Caballo
grande, ande o no ande”, no sin cierta ironía.
Las empresas operan bajo la
misma lógica. Los inversores en valor huyen de los sectores y compañías que
están de moda para centrarse en las denominadas small caps o empresas de pequeña capitalización. Los motivos son
varios: al ser más pequeñas también son más desconocidas y como consecuencia es
probable que exista una gran divergencia entre la cotización de la compañía en
Bolsa y el verdadero potencial de la misma. Además tener un perfil bajo y no
promocionarse es positivo para el inversor campechano
porque la cotización de la empresa no estará sometida a un stress informativo, como por ejemplo
puede estarlo Apple o Samsung.
Sobretodo destacan dos
razones de peso que justifican la reticencia del refranero a dejarse seducir
por lo más grande y llamativo.
En primer lugar, la empresa
pequeña tiene margen de crecimiento y es ahí donde reside la ganancia del
inversor. En cambio, la gran corporación, por muy saneadas que tenga sus
finanzas, se enfrenta a un dilema: no tiene más espacio por donde crecer. Los
anticapitalistas siempre han temido que la peor de las distopias sería un
futuro dominado por una gran corporación, esto es, una compañía que continúa
creciendo hasta el infinito y aglutinase todo el poder. Esta idea tan recurrente en las películas de
ciencia ficción es un error intelectual como también lo es el Socialismo.
En segundo lugar, las grandes
corporaciones tienden a ser excesivamente burocráticas e ineficientes a la hora
de gestionar sus recursos y ajustarse a los cambios en los gustos y preferencias
de sus clientes. En Man, Econmy &
State Rothbard aplica el argumento
de la imposibilidad
de cálculo económico en el Socialismo a la empresa privada. En otras palabras, un solo agente económico fracasará a la hora
de utilizar sus recursos económicos porque no existe un sistema de precios que
oriente a los proveedores y consumidores qué bienes producir y cuáles comprar.
Por ello, la solución es segregar la gran corporación en distintas secciones,
geográficas o de tipo de negocio, para evitar el colapso.
En Bolsa, el pez chico se
come al grande. Para muestra estos gráficos históricos del valor en Bolsa –expresado
en miles de millones de dólares- de Microsoft, Apple y Google –comenzó a cotizar el
18 de agosto del 2004 a $100-.
Fuente: http://www.marketcapchart.org/
La gramola cantinera