Sostenía socarronamente Sir Winston Churchill que “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema.” La frase célebre viene a cuento del aparente recrudecimiento de la soterrada guerra civil entre los partidarios de la gestión pasiva y los followers de la activa. Decimos guerra civil porque habitualmente el conflicto se producía entre los secuaces del análisis técnico en sus múltiples variantes y los esbirros del análisis fundamental en su, también, muy variada fauna. De ahí que, incluso, podríamos llamar a este novedoso evento la “guerra civil de los largoplacistas.”
Lo cierto es que tal conflicto es absurdo y contraproducente para el inversor, siempre ávido de crearse nuevos problemas como si no le llegaran los que ya tiene y los que le crean los “agentes externos” como, por poner el primer ejemplo que se nos viene a la cabeza, el Señor Montoro, fiel adalid del Sheriff de Nottigham y ejecutor de reconocido prestigio de la ola de terror fiscal que nos invade. Absurdo y contraproducente, decíamos, porque no existe contradicción alguna entre ambas maneras de invertir a pesar de las apariencias en contra.
Es verdad que los presupuestos teóricos de la gestión activa y la pasiva se oponen y se invalidan mutuamente pues del paradigma de la eficiencia de los mercados a la ineficiencia de los mismos media un abismo. Nos parece altamente interesante la cuestión y de gran provecho la lectura de tantos libros, artículos y post relativos a la defensa de uno y otro estilo. Pero el inversor no genera patrimonio desde la inacción absoluta sino desde la relativa. Así, a quien invierte a largo plazo le conviene más bien estar imbuido de cierto espíritu práctico a la par que un tanto cínico.
De ahí que nuestra sugerencia de cara a la adopción de buenas decisiones de inversión se aleje del fanatismo del militante o, aparte del riesgo de pérdida patrimonial, el inversor correrá también con el riesgo de devenir tonto. No es necesario tal nivel de cretinismo ni tan altas ansías de “tener razón.” Sin despreciar en absoluto el enorme placer del “ya te lo dije”, desde Quiet Investment preferimos el punto de vista pragmático.
Así, es notorio y bien conocido que en términos generales la gestión pasiva bate a la mayor parte de los gestores activos a largo plazo. Ya a cinco años el balance es preocupante para éstos. A 10 empieza a ser desesperanzador. A 15 hay que tomar prozac a garrafones. En consecuencia, las probabilidades de tener éxito a través de la indexación frente a la gestión activa se decantan por la primera.
No obstante, también es notorio y bien conocido que unos pocos gestores, con ideas claras y principios sólidos acompañados de incentivos virtuosos sí consiguen batir al mercado de manera sistemática y continuada a lo largo del tiempo. El problema radicaría entonces en elegir adecuadamente a estos gestores.
Sin embargo, aun eligiendo bien a los gestores activos no debemos olvidar que su gestión es de tipo personalista, de autor. Eso significa que, por ejemplo, si fallecen porque resbalan en el baño o, sin ser tan dramáticos, se cansan de gestionar dinero y aguantar a los partícipes y sus preguntas en las conferencias anuales de inversores, haciendo la maleta para vivir como perroflautas en Corfú, el inversor tiene un problema.
Eligiendo bien los instrumentos de inversión pasiva como los de la activa tanto unos como otros tienen sus ventajas e inconvenientes. Le animamos a que los explaye (sin fanatismo eso sí) en los comentarios a este post pues, por el momento, nuestra recomendación de carácter general es la siguiente:
“No están reñidas ni tampoco en guerra la gestión activa y la gestión pasiva. El inversor, dependiendo de sus circunstancias, medios, conocimientos y preferencias puede usar una u otra o bien ambas al mismo tiempo. De ser así cabe que divida sus recursos entre las dos o que configure una como supletoria o accesoria de la otra. Es factible, y hasta recomendable, invertir de las dos maneras. Una para ganar dinero de verdad. La otra por si no lo gano con la primera.”
El tema da para mucho más, por supuesto, pero no es nuestra intención herir los sentimientos de los “creyentes” en estos tiempos de hipersensibilización. Ahora bien, le recordamos que existe una tercera vía, a su vez compatible con las dos anteriores. No es otra esta alternativa, de potencial naturaleza complementaria, que ejercer de gestor de sí mismo convirtiéndose en inversor particular.
Bienvenido, entonces, a Quiet Investment.