Vivimos todos bajo el paradigma victoriano de que el ahorro es la mayor virtud económica de la gente corriente. Merkel es en realidad una victoriana, una especie de reina Victoria alimentada por la colmena europea.
La era victoriana, la del apogeo de la economía neoclásica, propagaba que la gente debería ahorrar para su futuro y el de sus hijos.
De ahí viene la parábola de que el Estado es como la familia, que debe ahorrar virtuosamente para que las deudas no pasen de padres a hijos.
Es claro que en una vida intertemporal por necesidad, cualquiera debe tener en cuenta el futuro. Debe hacer una elección entre el consumo presente y el consumo futuro, del que se deriva de ahorro. Yo ahorro para que el el futuro, cuando no pueda trabajar, pueda consumir lo que he guardado, y dejar algo, si queda, para mis hijos.
Aquí la parábola evangélica hippy de que las aves de cielo y las flores del campo no se cuidan de sí mismas porque el Señor provee su alimento, es bastante falsa, porque hasta los pajarillos intentan guardar algo para el día siguiente. Si acaso Dios ha creado el infernal Tiempo. Y a partir de eso, es imposible no preguntarse por el futuro.
Ahora, cuando se habla de ahorro, ¿ de qué se habla?
Porque la economía neoclásica supone que esperará a consumir en el futuro debe tener un recompensa, por la ley de la preferencia del consumo presente y desestimación del futuro. La gente tiende a pensar que "más vale pájaro en mano que ciento volando", y se gastaría todo hoy si no hubiera algo que le compensara. Ese algo es el tipo de interés.
¿Y de dónde sale este tipo de interés? porque esto no lo ha creado Dios, esto es una cosa humana. Es más, el ahorro y el préstamo siempre han estado mal visto por las religiones. Las religiones no ha entendido bien la interconexión entre presente y futuro. Todo lo ha resumido en el paraíso. Mientras se llegaba a él, daba igual cómo nos iba en este mundo, si cuidábamos del futuro de nuestra prole o no. Es más, el evangelio es una invitación a despreocuparse. El hecho de pagar los estudios de un hijo es una forma de ahorro, como es obvio. Tu renuncias a ciertas cosas para ello, y lo haces orgullosamente.
Bien, bien, ¿pero de dónde rayos sale el tipo de interés? Es más, ¿no hay ahorro si no hay tipo de interés? Por supuesto que sí. Todos guardamos algo de dinero por razones de prudencia, y eso es ahorro.
Keynes (con perdón) decía que la gente primero decidía cuando de su renta periódica no consumía, es decir, ahorraba. Y luego tomaba una segunda decisión: en qué forma o en qué instrumento guardaba ese ahorro. Podía dejarlo 100% en dinero, o bien repartir ese 100% entre formas de ahorro rentables peor menos seguras. Esas formas rentables menos seguras conllevan un riesgo frente al dinero, que es la fuente del tipo de interés. En realidad el tipo de interés es fruto de una negociación entre el ahorrador y el inversor, en la que éste le da una parte de la ganancia al ahorrador, que piensa que le dará la inversión, para que éste abandone la seguridad del dinero.
En realidad el esquema de la desestimación de las necesidades futuras no satisface plenamente la explicación del ahorro. No habla de riesgo e incertidumbre, que me parecen más esenciales que el consumo presente y futuro sin incertidumbres.
Pero al decir eso, Keynes (pido otra vez perdón) hizo una revolución: introdujo el dinero como instrumento más de ahorro, es decir, como capacitado plenamente para ser depósito de valor, cosa que no habían hecho los clásicos. Los clásicos se fundamentaban en otro esquema. El dinero sólo se guardaba transitoriamente para hacer frente a los pagos previstos y por prudencia, pero no por motivos especulativos. Keynes, en cambio, dijo -y eso no ha cambiado en la teoría monetaria, hasta Friedman hubo de aceptarlo - que el dinero era una forma alternativa, la más decisiva, como tenencia de ahorro. El dinero es un activo.
Según los clásicos, la gente recibía su renta y lo que consumía lo gastaba y pagaba con dinero, porque el dinero tenía rentabilidad 0%. Lo demás lo colocaba en otros activos, como acciones o bonos, que le daban un tipo de interés. Pero el dinero, según la ley de Say, iba inmediatamente al mercado a gastarse, en bienes o en activos, no valía la pena retenerlo. Keynes descubrió que en situaciones especiales, no tan excepcionales, todos querían tener dinero. El deseo de dinero no era estable. Y si en determinado momento todo el mundo quiere lo mismo, el precio de eso sube. El precio del dinero es lo que se puede comprar con él. Si todo el mundo quiere dinero, éste aumenta infinitamente su poder adquisitivo, porque el que tiene una casa te la vende a mitad de precio con tal de conseguir dinero. Todo baja de precio - deflación- porque el dinero sube de precio.
Así Keynes introdujo una explicación en la teoría económica de porque había fases depresivas-deflacionistas, algo que los neoclásicos no habían logrado. Para los neoclasicos, esas fases eran un problema de que los precios y salarios no se ajustaban al nuevo punto de equilibrio, es decir, que no bajaban lo suficiente; ¡pero lo hacían puesto que había deflación!, pese a lo cual las cosas iban a peor. Había que introducir otros conceptos analíticos, como las expectativas, para poder explicar las depresiones. Y un punto central que emborrona las expectativas es la incertidumbre, que es, literalmente, no saber qué va a pasar al momento siguiente porque no hay información, al revés, hay confusión.
En estos casos de crisis y confusión, y preferencia de todos por el dinero, el ahorro se dispara. ¿Es bueno que el ahorro suba cuando la gente está perdiendo su trabajo, su salario, y no sabe que va a pasar al día siguiente?
Obviamente es pésimo. Para cada individuo es una reacción lógica, pero para la sociedad es letal que todos intenten aumentar su ahorro. Según los neoclásicos, el aumento del ahorro haría resurgir la inversión, puesto que el tipo de interés bajaría. Pero no bajaba, al revés. El desconcierto y el miedo no invita a la gente a prestar su ahorro fácilmente, sino que lo atesora debajo del colchón. Incluso intenta sacarlo del banco, pues sabe que este puede no haber frente a sus acreedores.
Luego no se puede decir que el ahorro sea siempre bueno. Hay mucha gente que ha perdido sus ahorros en crisis como esta, lo cual es como si un terremoto le deja sin casa y sin bienes. ¿Es el momento de decirle que se apriete el cinturón?
Porque al final de la cadena de ahorro - banco, préstamo, acciones, etc - tiene que haber una inversión rentable de la que se saca la recompensa para ese ahorro. El ahorro no es rentable si da vueltas sobre sí mismo, sin llegar nunca a financiar un proyecto de inversión real. Entonces tiende a convertirse en un círculo especulativo, con un sobrepeso de las finanzas sobre la economía real y productiva. Las finanzas son necesarias, pero lo son para financiar el futuro de nuestras necesidades. Si se dedican a devorarse a sí mismas, son perniciosas y originan crisis como la de 2008.
El ahorro puede ser venenoso. Puede acentuar los perfiles más graves de una crisis, y puede alargarla sin límite. Es mentira que a más ahorro más inversión (aunque en la contabilidad nacional Ahorro = Inversión es una identidad contable, pero que esconde la frustración de la inversión y el ahorro planeado). Al revés, un aumento del ahorro es irremediablemente igual a una caída del consumo, lo que puede incitar una caída de empleo y de la inversión.