La inversión debiera ser más el mundo del “depende” que el universo de las generalizaciones. Éstas tienen su utilidad porque nos ayudan a procesar rápidamente información. No obstante, en el ámbito del análisis de activos concretos generalizar tiene más de pernicioso que de útil. “El precio de la vivienda siempre sube” o “la vivienda es el principal activo de las familias” han constituido no hace tanto tiempo algunas de esas generalizaciones nocivas que, por otro lado, suelen alimentarse de las pocas ganas de trabajar y aprender así como de una malentendida comodidad.
Al hilo del análisis de los activos de la Cartera Value solemos poner en alerta al inversor cuando alguna de estas generalizaciones o lugares comunes, “mantras de la inversión”, aparecen relacionados con la compañía de la cual les remitimos un informe. Tan peligrosas nos parecen que no escatimamos nunca espacio para ponerlas de relieve. Es más, muchas de estas advertencias nos resultan de tanta utilidad para el suscriptor de la Cartera Value como el propio análisis cualitativo y cuantitativo de la empresa.
He aquí algunos ejemplos representativos extraídos de los primeros informes:
Primero. Sobre la pretensión del inversor de ser un gran conocedor de negocios. En nuestro habitual estilo hacemos hincapié en esta aspiración que parte de las generalizaciones de grandes inversores acerca de que procuran comprar buenos negocios a buenos precios. Nosotros nos inclinamos más bien a pensar que lo que la mayoría quieren realmente decir es que procuran comprar a buen precio empresas que tienen negocios que les parecen buenos y que, en ocasiones, finalmente lo son.
Segundo. Imitación de los accionistas célebres. Al inversor minorista le gusta verse a sí mismo como alguien que tiene mucho en común con los grandes inversores que todos conocemos. Y no le gusta poco. Le gusta mucho. Lo que no le gusta es reconocerlo. Tampoco le gusta reflexionar acerca de si a él mismo le conviene o no participar en la misma empresa donde tiene acciones el gran menganito. Aún peor, refuerza en ocasiones su decisión de inversión porque la presencia de accionistas bomberos o célebres relevantes le provoca un subidón de autoconvencimiento. No es un error observar lo que hacen aquellos que poseen una trayectoria de éxito contrastada en el tiempo. Lo que es un error es la imitación ciega sin reflexión acerca de si para un activo en concreto es correcta para el inversor individual determinada decisión de asignación de capital.
Tercero. Confundir gestión prudente con buen negocio. Hay negocios malos insertos en buenas empresas y malas empresas que gestionan negocios buenos. Pero no es lo mismo una cosa que la otra. Ni siquiera se le parecen. La mayor parte de los negocios son del montón, normales, y la diferencia la marca muchas veces la dirección que se ha mostrado más prudente en algún aspecto relevante del funcionamiento de la empresa. Sí, normalmente el endeudamiento.
Cuarto. Adicción a las presentaciones corporativas de empresas que se dedican a todo. Nada les gusta más a los CEOS de nuestras cotizadas que fardar a cascoporro de la multitud de cosas que hace su compañía. Lo cierto es que el inversor pasa muchas veces un kilo y medio de hurgar en la estructura de las ventas porque le mola la cantinela de los 17.587 segmentos de negocio de la empresa que le gusta cuando la mayor parte de las veces las compañías se dedican de verdad a una o dos cosas, que es el grueso de su cifra de negocios, y unas poquitas el resto del tiempo.
Quinto. Mi empresa me mima con dividendos y me quiere (especialmente a mí) mucho, mucho. Mentira. Los dividendos están casi siempre mediatizados por los accionistas de referencia en función de sus intereses, que incluye que la cotización suba porque la empresa es “generosa con el accionista.” La mayor parte de las veces, sobre todo en la carta a los accionistas de los informes anuales, podrá leer un montón de bobadas al respecto. Pero la realidad es que el que una empresa distribuya un dividendo que le satisfaga no es por amor al minorista sino por las circunstancias de su accionariado de peso y otras razones varias que, en ocasiones, no atienden al bienestar financiero de la propia entidad.
De la misma manera en que insistimos al suscriptor de la Cartera Value que se deshaga de todos estos mantras y que opere de manera casuística, también le recomendamos al lector que huya de las generalizaciones y frases hechas de la inversión, que generalmente encubren grandes falacias, y preste atención a sus intereses pensando de manera independiente y por sí mismo. Su bienestar patrimonial se lo agradecerá.