Conocimos hace tiempo a una persona que solía clasificar a las mujeres en dos grupos: aquellas con las que quería ser visto por sus amigos y aquellas otras que les presentaría a sus padres. Ignoramos si encontró alguna que por casualidad reuniera ambos requisitos. Él creía firmemente que tal cosa no era posible y que en esa imposibilidad recaía la culpa de muchas infidelidades.
Si le preguntáramos al inversor acerca, por ejemplo, de INDITEX Y TELEFÓNICA, no tendríamos demasiadas dudas acerca del grupo en el cual aparecerían ambas. No obstante, esto que sirve de metáfora políticamente incorrecta, está sujeta a varios matices que el inversor debe tener siempre presente.
Las emociones del inversor no son útiles
El peor enemigo del inversor es él mismo. No hay lugar más pleno de emociones extremas y viscerales que el mercado de valores. El dinero produce reacciones altamente emotivas en las personas. Por ejemplo, el sentimiento de pérdida es el doble de intenso que el de ganancia. La lista de trampas psicológicas que acechan al inversor es inmensa. Nuestra naturaleza es así. No podemos cambiarla. Por tanto debemos aprender a controlarla conviviendo con ella.
Una acción representa la propiedad de un activo real tangible, una empresa, un negocio en funcionamiento, dinámico y por tanto cambiante según las circunstancias y el devenir del incierto futuro. Una acción tiene para el inversor una utilidad primaria bien clara: ganar dinero mediante su revalorización. Eso es todo.
Querer una acción o gustar una acción son actitudes erróneas para el pequeño inversor. Éstas no albergan ningún tipo de sentimiento hacia sus propietarios por mucho que éstos sufran de enamoramiento bursátil. No hay más realidad que esa. No hay acciones para presumir delante de los amigos ni acciones para presentar a nuestros padres. Todas y cada una de ellas son lo suficientemente buenas siempre y cuando cumplan el propósito por el cual han sido adquiridas: reportar un beneficio económico tangible a su propietario. Dejemos, pues, el amor para las personas.
Los prejuicios no son útiles para el inversor
La inversión requiere de una actitud exenta de prejuicios. Cualquiera puede entender que APPLE o una biotecnológica son increíblemente cool y que por ejemplo VISCOFÁN y sus envoltorios cárnicos no “molan” tanto. No obstante, habiendo dinero por medio esto último así como otras consideraciones del tipo popularidad o impopularidad en los medios y analistas es mejor dejarlas de lado y ceñirse al qué y, sobre todo, al cuánto.
Las opiniones de un gran número de personas y sobre todo las motivaciones que las mueven así como el sentimiento general del mercado acerca de esta u otra acción en concreto no le incumben al inversor. Éste debe pensar por sí mismo y en función de sus particulares y subjetivas necesidades y metas. Ninguna de esas personas va a acompañarle cuando finalmente venda o compre una acción. Se podría hasta decir poéticamente que en la muerte y en la compra-venta el inversor se encuentra solo.
TELEFÓNICA o la gran empresa impopular
Peso pesado en el IBEX35 y una de las mayores multinacionales españolas TEF se ha convertido últimamente en ese tipo de empresa grande e impopular que tanto llamó la atención del gran Benjamin Graham, padre del value investing. El inversor está tan saturado de información acerca de TEF, sus idas y venidas internacionales, sus adquisiciones y desinversiones y un largo etcétera de opiniones de todo tipo, una buena parte de ellas negativas, que podrían hacernos dudar acerca de la bondad o no de invertir en algo que tantos consideran un adefesio.
QuietInvestmentno comparte esta mayoritaria percepción aunque sí creemos que la empresa y todo su revuelo mediático podrían aburrirnos aún más. Pero nosotros somos pragmáticos. Y nuestro pragmatismo se materializa en cuánto estamos pagando por TEF dado lo que ésta gana más o menos de media y teniendo en cuenta las circunstancias económicas harto complicadas que todos conocemos así como los cambios en el sector.
Nosotros al encarar el análisis de una compañía siempre nos preguntamos qué hace, cuánto dice que gana, cuánto decimos nosotros que gana, cuánto debe, cuánto debe en relación a lo que gana y si su negocio es más o menos estable. Si entendemos todos esos aspectos a grosso modo y el precio de cotización en relación a los mismos es atractivo QuietInvestment carece por completo de prejuicios. Si la empresa recogiera estiércol y fuese rentable con niveles de deuda bajos y un precio con un descuento interesante nosotros la encontraríamos atractiva. ¿O es que alguien es capaz de oler una acción?
Lo que de verdad sabe el inversor acerca de un negocio cotizado
A muchos inversores les gusta considerarse compradores de negocios. Lo cierto es que es una actitud muy positiva y loable el conocer lo máximo posible de la actividad empresarial representada por la acción. De hecho es algo esencial. Nadie en su sano juicio compraría una empresa en su totalidad sin saber al menos a qué se dedica así como los aspectos básicos de su devenir económico.
Surge aquí un problema irresoluble para la mayoría de nosotros. Y éste es que realmente apenas conocemos sino generalidades acerca de los negocios en los cuales invertimos. Un empresario necesita muchos años de experiencia y de práctica para dominar un solo negocio. Imagínese usted 20 o 30, que puede ser el número de acciones de una cartera normal de cualquier gestor de fondos de inversión. Ahí pueden encontrarse REPSOL, una petrolera, o ALMIRALL, una farmacéutica, junto con BARÓN DE LEY, sector alimentación vinícola. Compañías en suma bastante dispares y con circunstancias bien diferentes.
El inversor no puede conocer todas esas empresas como si él mismo las estuviese gestionando. Tampoco el gestor medio de fondos. Se engañaría a sí mismo si creyera tal cosa. No obstante, dirigir un negocio no es lo mismo que poseerlo. De ahí que haya elementos que sí son valorables aunque puedan ser inciertos. Por ejemplo, una empresa de papel, una commodity, está por su propia naturaleza sujeta a los cambios tecnológicos que inciden en la obsolescencia de su producto. Identificar barreras de entrada, monopolios legales o monopolios del consumidor está también a su alcance. Será más o menos complicado según los casos pero no imposible.
Y por supuesto el margen de seguridad, la diferencia entre valor y precio. Un concepto cualitativo que expresamos cuantitativamente. Porque, no se engañe el lector, invertir es un arte o bien una disciplina o ambas cosas. En ningún caso una ciencia exacta con la que realizar predicciones matemáticas con ínfulas de exactitud. Recuerde que la economía y desde luego la inversión es una materia, una disciplina, eminentemente humana.
Veremos en próximos posts hasta qué punto TEF es o no una chica mala y si realmente eso importa o no al inversor.
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Santiago Casal Pereira y David Núñez Longueira, QuietInvestment, os envían a todos vosotros su más sincero agradecimiento. Os esperamos en nuestra casa donde seréis tan bien recibidos como nosotros lo hemos sido aquí.
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