Entrevista a Juan Ramón Rallo sobre su nuevo libro “Una revolución liberal para España” (Parte I)

29 de abril, 2014 0

Juan Ramón Rallo estrena nuevo libro: “Una revolución liberal para España”, de Editorial Deusto. El brillante economista de la Escuela Austríaca y director del Instituto Juan de Mariana plantea y desarrolla en su último libro –y ya van ocho- una transición liberal en España hacia un modelo en donde el Estado cope el cinco por ciento del Producto Interior Bruto de nuestra economía, y no el cincuenta por ciento, como sucede en la actualidad.

Juan Ramón Rallo presentó su libro en Madrid el pasado mes de marzo, arropado por María Blanco y Carlos Rodríguez Braun. El libro está teniendo una gran acogida, especialmente entre el público liberal, que afortunadamente es cada vez más numeroso en nuestro país.

Juan Ramón tuvo la amabilidad de concederme una entrevista recientemente. Dada su extensión, he decidido publicarla en varias partes. A lo largo de las próximas semanas podréis leer el resto de la entrevista. La entrevista está ligeramente editada para facilitar su lectura. Cualquier error en el texto es directamente atribuible a mí, no a Juan Ramón. A continuación tenéis la primera parte: 

En primer lugar muchas gracias por concederme el tiempo para la entrevista, te lo agradezco.

 Pregunta (P): En este libro propones reducir el Estado de un cincuenta por ciento de PIB a un cinco por ciento, es decir, un Estado mínimo imprescindible. Sorprende que no hubiese un libro en la literatura liberal que tratase un tema tan importante. ¿Por qué crees que se producía esta carencia?

Respuesta (R): Pues no lo sé; la verdad. En primer lugar, es evidente que los liberales tampoco somos tantos y por tanto tampoco tenemos capacidad para publicar todos los libros que nos gustaría de todos los temas que nos gustaría. En segundo lugar, quizás porque estudiar todos los temas requiere de cierta dedicación y de ciertas ganas de profundizar en todos estos temas, y normalmente la gente tiende un poco a la especialización, es decir, a cómo seria la sanidad privada, la educación publica, etc. Y en tercer lugar porque creo que dentro del liberalismo sí que impera un cierto optimismo hacia el libre mercado, en gran medida justificado pero que permite zanjar el debate o zanjar la discusión simplemente como “el mercado ya se ocupará de ello” y tampoco tenemos por qué elucubrar cómo sería ni nada de eso.

P: ¿Es tu libro más ambicioso hasta la fecha? 

R: Bueno, el de Keynes (en referencia a su libro "Los errores de la vieja economía: Una refutación de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero de J.M.Keynes", publicado por Unión Editorial) también es muy ambicioso, no lo sé. Desde luego sí que es un libro necesario dentro de la literatura y sí que es un libro ambicioso en cuanto a temática. Obviamente, tratar de justificar una reducción del Estado del cincuenta por ciento al cinco por ciento -o menos del cinco por ciento-, pues en sí mismo ya es un tema ambicioso. ¿El más? No lo sé, es difícil de valorar.

P: ¿Cuál es el propósito del libro para ti: el cambiar la mentalidad de la sociedad o el ser un manual para los gobernantes?

R: No. Es cambiar plenamente la mentalidad de la sociedad. Es decir, el libro no es tanto un programa de reformas políticas, ni formación para políticos sino que es un manual para que la gente de alguna manera se cuestione por qué tenemos el sistema que tenemos cuando claramente, tal como explico en el libro y tal como intento demostrar en el libro, no es el mejor que podemos tener y si no es el mejor que podemos tener para las propias personas ¿por qué lo tenemos? Y sí a lo mejor no seria necesario pedir tener otro.

P: En el largo proceso de documentación para escribirlo, ¿qué es lo que más te ha sorprendido?

R: Lo que más me ha sorprendido probablemente sea la el clima y el contexto de ayuda y cooperación mutua que había en las sociedades con menos Estado –EEUU en el siglo XIX- justamente porque el Estado no proporcionaba un mecanismo coactivo para obligar a todo el mundo a ayudarse entre sí. Eso no significaba que la gente no se ayudara entre sí, significaba que recurrían a mecanismos voluntarios y aunque uno puede pensar que, en efecto sin Estado o con un Estado con un peso de asistencia social infinitamente menor al actual, este tipo de redes tenderían a emerger, cuando estudias históricamente su composición no te dejan de asombrar de lo detalladas, de lo comprensivas y de lo amplias que eran.

P: Mencionas en la introducción del libro una paradoja y es que antes el Estado era pequeño y la queja era porque fuese grande y ahora el Estado es grande y la queja en la mayoría de la sociedad es por ser pequeño. ¿A qué se debe esta involución?

R: Bueno, yo creo que hay una correlación clara: el Estado hoy no podría ser grande si la gente no quisiera que fuera grande. Quizás muchos liberales también pequen ahí de un error, de pensar como que el Estado oprime a la sociedad. Claro que la oprime pero no en contra de la voluntad de la mayoría de la sociedad. No hay un deseo mayoritario en que el Estado sea este opresor/guardián/protector. En ese sentido sí, si el chip de la gente ha cambiado y en lugar de querer menos Estado quieren más pues el Estado ha crecido y muchos todavía quisieran que creciera más. Esa es la explicación. Ahora, ¿por qué el chip ha cambiado? Pues eso ya seria una cuestión más profunda. Desde luego no ha cambiado porque sin el cambio la gente no hubiese prosperado. La gente prosperaba cuando el Estado era pequeño, y de hecho ha sido la acumulación de riqueza previa al crecimiento del Estado lo que ha permitido que el Estado fuera creciendo. Básicamente los Estados actuales habrían sido absolutamente inviables e imposibles en el siglo XIX porque si la gente apenas tenía que llevarse a la boca -sobre todo al principio- si tú le quitabas la mitad de lo que apenas tenía para llevarse a la boca, no habría comido. Ha sido la acumulación de riqueza previa al crecimiento del Estado y no la acumulación de riqueza de los mas ricos sino de toda la sociedad. Porque cuando el Estado copa el cincuenta por ciento del PIB, asumes que los más ricos tienen el cincuenta por ciento y los más pobres no tienen nada. En ese caso gravas al cien por cien a ese cincuenta, pues es obvio que no sólo pagan los más ricos mucho sino también mucho los más pobres.

P: A medida que crece el Estado nos obligamos a vivir sin él ¿cómo podemos cambiar esa tendencia?

R: Es muy complicado porque ahí esta el sesgo del statu quo y ese sesgo te dificulta imaginarte cómo vivirías si no hubiese Estado. Pero además es un sesgo que yo creo que opera especialmente en contra del planteamiento liberal. Pero cuando se trata de sustituir el statu quo liberal por un statu quo estatista, de alguna manera como que el Estado puede ir metiéndose poco a poco; puede crear una escuela pública, un sistema de escuelas públicas paralelo al privado. En ese sentido, la gente tiene menos miedo porque sigue funcionando el privado y mientras va creciendo el público. Pero claro, cuando tú hablas de desmantelar completamente el público, eso es muy complicado y sí, lo puedes ir desmantelando poco a poco pero en ese caso, claro, esos pocos a quienes les toque quedarse fuera de la red estatal también tienen miedo y también están afectados por el sesgo con lo cual ese combate es un combate complicado. Es un combate que yo creo que tiene que ser por un lado intelectual y el libro intenta dirigirse o lograr este objetivo o al menos contribuir al logro de este objetivo. Por supuesto, el libro en sí no lo va a lograr. Y luego también ir abriendo ciertos espacios de la sociedad y si consigues ciertas conquistas, pues permitir que la gente experimente en esos contextos. Por ejemplo hoy, de la misma manera que digo que en general es muy complicado darle la vuelta y que el sesgo del statu quo opera más bien a favor del Estado que en contra, también es cierto que ciertas reformas, como por ejemplo la privatización de las pensiones en Chile, ahora son muy difíciles de que se de marcha atrás, aunque no digo que sea imposible. Argentina teniendo un sistema mucho menos profundo y privatizado que el chileno, aun así nacionalizó los planes de pensiones. Pero es bastante más complicado que el Estado se ponga a nacionalizar el ahorro de la gente cuando afecta a una parte de la población tan grande, como ocurre en Chile.

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P: Hablas de esperanza y miedo – lo mencionabas ahora-; esperanza de tener un Estado mejor y miedo de no conocer fórmulas alternativas. Mencionas que precisamente hay que pensar justo al revés: de esperanza en el mercado y no en el Estado y miedo en el Estado y no en el mercado.

R: Sí. Como explico en el libro, hay al menos dos pulsiones muy básicas que claramente alimentan al Estado. Una es la esperanza en que otro Estado es mejor y otra, el miedo a la alternativa, que se puede dar por el sesgo del statu quo que comentábamos antes: que preferimos lo malo conocido que lo (supuestamente) bueno por conocer. Y, efectivamente, tendría mucho más sentido que fuera al revés pero es un sentido -si podemos llamarlo así- del intelectual que ha estudiado estos temas, no del hombre de la calle que no los ha estudiado y bueno, lo que padece son los sesgos normales que padeceríamos cualquiera de nosotros si no hubiésemos profundizado en estos temas, o que padecemos en otros ámbitos en los que no hemos profundizado. De lo que se trata -y el libro intenta ser una contribución a ello- es demostrar que efectivamente otro Estado no es posible. Por supuesto que el Estado puede mejorar; un estado como Suecia funciona mucho mejor que un estado como España -¡ojalá tuviésemos aquí un Estado como el de Suecia!- pero no tiene tanto margen de mejora como la gente cree y no han de tener miedo a la alternativa. Se puede desconfiar de la alternativa, es decir, de todo cambio se ha de desconfiar sobre todo porque las transiciones no son sencillas y eso es problemático pero aun así el libro intenta también mostrar que la transición se podría hacer, que se ha hecho, por ejemplo, al pasar del socialismo a una economía mixta en los países de Europa del este y que el resultado una vez se complete de la mejor manera posible sería muy superior al que tenemos hoy.

P:¿Por qué crees que la gente acepta tan bien la violencia cuando la ejercita el Estado y la rechaza cuando la ejercitan individuos?

R: Yo aquí creo que hay que invertir la causalidad: no es que la gente lo acepte porque sea el Estado sino que el Estado es Estado porque la gente la acepta. El Estado es un ente que ha conseguido amasar lo que podríamos llamar autoridad política, es decir, una legitimidad para ejercer la coacción. Como ha amasado esa autoridad política puede ser el Estado que es; si no, sería de nuevo inconcebible. Una mafia sin autoridad política que manejara el cincuenta por ciento de la riqueza degeneraría en guerra civil claramente. O eso o en un régimen ultrarrepresivo como Corea del Norte e incluso esos regímenes tienen un cierto -absurdo y descabellado- pero un cierto apoyo social en una parte de la población. Entonces ¿cómo el Estado consigue amasar la autoridad política? Pues ahí ya las formas son muchas y eso ya habría que ir más a la historia de las formas políticas y demás, en lo que no soy experto. Antes se justificaba en la autoridad divina, en el origen divino de los líderes políticos o imperiales para reglamentar y dirigir la sociedad. Claramente era una especie de racionalización. Era lógico que hubiese una persona que de alguna manera desarrollara las funciones de defensa o de seguridad y eso implica, en cierta medida, un control de la violencia. Y, ¿cómo racionalizas que haya alguien que no seas tú o que no sea cualquiera sino alguien específico en equilibrio que tenga el control de la violencia establemente? Pues le puedes atribuir un origen divino. Hoy esa racionalización y ese equilibrio de quién detenta el poder político se consigue a través del rito electoral. Digamos que impera la ficción de que somos nosotros entre todos los que le damos la legitimidad. La cuestión ahí es por qué se ha de dar el salto de si, aunque admitiéramos que es imprescindible que alguien tenga el monopolio de la violencia -que ya es un tema controvertido-, que además esa persona tenga que controlar y manejar casi cualquier otro espacio de la vida social. Y ahí lo que ha hecho el Estado de alguna manera ha sido como apropiarse del buen nombre comercial, sería el paralelismo con una empresa, que tiene en otros ámbitos. Es decir, ¿por qué tiene autoridad política para la educación? Pues porque tiene autoridad política para la defensa. Y ¿por qué tiene autoridad política para la defensa? Pues porque quizás, y es un debate que los liberales tienen que dilucidar, quizás el equilibrio más estable sea que alguien tenga autoridad política para la defensa. Pero desde luego el equilibrio estable no es que tenga autoridad política para educación, sanidad, pensiones, etc. De alguna manera, coge ese prestigio o ese buen nombre o esa justificación que podría darse de que tenga el monopolio de la violencia en materia defensiva para que pueda ya dirigir cualquier espacio de la vida social.

P: Mencionas que en el año 2011 el salario modal en España era de 15.550 euros. Y calculas que un salario de ese importe paga más de 9.000 euros en impuestos. ¿Tú crees que el ciudadano medio es consciente de la carga tributaria que soporta?

R: No, no lo es ni mucho menos. No, porque incluso cuando lo explicas, incluso cuando pones las cifras encima de la mesa, mucha gente te dice que no es así, que es otro sesgo muy conocido, que es la disonancia cognitiva, no negarte a admitir que la realidad sea la que es porque claramente no la puedes admitir. El primer error es no considerar las cotizaciones empresariales que paga el empresario a tu nombre como parte de tu remuneración cuando claramente lo es. Es decir, si el empresario te pagara un plan privado de pensiones a tu nombre, eso lo considerarías remuneración salarial claramente; en especie, pero remuneración salarial. Ahora mismo el Estado está pagando una especie de plan público de pensiones a tu nombre del que te vas a beneficiar tú y, por tanto, es parte del salario. El problema es que es una parte del salario de la que tú no puedes disponer porque el Estado obliga a que así sea. Es como si el Estado dijera: el empresario te tiene que pagar la vivienda y además no cualquier vivienda sino ésta en concreto y, por tanto, parte de tu sueldo se va en pagar la hipoteca de esta vivienda en concreto. ¿Admitiríamos que eso fuera así? Yo creo que no. Diríamos: “oye, dame el dinero y yo ya elijo qué casa quiero comprarme”. No que tenga que ser el empresario a través del Gobierno el que me diga en qué gastarlo. Luego otro error también que hace que la gente no sea consciente de lo que paga es no considerar las retenciones como parte de los impuestos abonados. Mucha gente cree que porque le devuelvan dinero a la declaración anual de la renta no sólo no esta pagando impuestos sino que los está cobrando del resto: falaz. Y como muchos ya miran directamente el sueldo neto pues las retenciones se olvidan. De hecho, Milton Friedman, que fue uno de los que contribuyeron a crear el sistema de retenciones fiscales en la segunda guerra mundial en Estados Unidos, dijo que ésa fue la mayor contribución que se haya podido hacer al crecimiento del Estado porque es muy dudoso que hoy el Estado pudiese recaudar los impuestos que recauda si obligara a que su pago fuera todo de una vez, todo concentrado. Es decir, si a un trabajador que gana 15.000 euros le dicen de golpe que tiene que pagar 3.000 o 4.000 euros pues probablemente se rebelaría contra esa mordida tan grande. Ahora, si te lo van diluyendo mes a mes a pildoritas parece más tragable. Y luego la tercera barrera de visibilidad que también nos encontramos es en el IVA, que al final ves precios y tampoco ves exactamente qué parte del precio es precio qué parte es impuesto, etc. Y ya luego hay otra cuarta barrera de visibilidad que ya ni siquiera he considerado en el cálculo de los impuestos que pagamos, que son todas las repercusiones de otro tipo de tributos, por ejemplo aranceles y demás. Ya ni nos planteamos qué de eso estamos pagando, pero eso también tiene un peso y también habría que considerarlo y en el libro ni siquiera lo considero al calcular los 9.000 euros que paga un milerurista al año.

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P: Mencionas que la redistribución es horizontal y no vertical. El hiperestado actual ¿pasa forzosamente porque lo financie la clase media?

R: Sí, por necesidad. Un Estado que ocupa el cincuenta por cierto del PIB lo tiene que financiar la clase media, no hay otra. De hecho, me alegro que el economista de moda ahora mismo entre la izquierda que es Thomas Piketty en su libro “Capital en el siglo XXI” (nota del editor: pueden leer dos buenas críticas del libro aquí y aquí) admita esto y admita que, obviamente, el Estado moderno con un cincuenta por ciento de peso sobre el PIB solo puede ser financiado con una carga fiscal proporcional, es decir, que la progresividad en agregado no se ve, que la progresividad no es una manera de que los ricos paguen más a costa de los pobres. Él defiende la progresividad pero como una manera de empobrecer a los ricos para que las desigualdades sociales no sean tan acusadas, pero no como una manera de que afluyan más recursos al Estado porque él mismo lo admite: cuando el Estado sobrepasa los niveles que tenemos ahora mismo es que quienes lo financian por necesidad son las clases medias con lo cual la redistribución es horizontal y con lo cual no hay motivo, no hay razón, no hay justificación posible a que nos obliguen a pagar coactivamente por unos servicios que quizás no queremos recibir. Lo lógico es que nosotros podamos elegir qué servicios. Y por nosotros me refiero a cada uno de nosotros, es decir, no entre todos de manera colectiva, de manera asamblearia.

P: La gente asocia monopolio con algo malo y peligroso, ¿porqué cambia su percepción cuando el monopolio es público? ¿Acaso no es evidente que la ausencia de un sistema de experimentación descentralizada genera perversos incentivos que perjudican a todos?

R: Yo creo que no lo ven como monopolio. En el caso de la defensa sí, pero insisto que el monopolio de la defensa es un tema mucho más complicado de dilucidar si es bueno que sea un monopolio o que no lo sea. Es decir, si hay economías de escala que lo sea o no. Pero en todos los otros ámbitos yo creo que no lo ven como un monopolio. Al menos en España sí tenemos escuelas privadas, hospitales privados, etcétera, con lo cual parece que hay una cierta competencia. Pero claro, si miramos la carga fiscal, uno ve que no es competencia: si te quitan todo el dinero que tienes y que te permitiría crear esos servicios en el sector privado y te lo quitan para que accedas al sector publico, es un monopolio de facto. Pero como la gente no es consciente de los impuestos que paga, lo que cree que sucede es que, sin ser un monopolio una parte de ese sector proveedor de servicios, la parte del sector público, tiene un precio gratuito, hay competencia. Y el Estado compite prestando el servicio gratuitamente. Entonces claro, ahí la gente no se opone, “me están regalando el servicio, ¿cómo voy a criticar esto?”. Y la cuestión es hacerle ver que no, que no se lo están regalando, que lo está pagando y que probablemente esté pagando algo más caro y de peor calidad que a lo que podría acceder si evitara el robo.

P: Tumbas en uno de tus capítulos el mito del modelo sueco. ¿Por qué no es un ejemplo del triunfo de la Tercera Vía, que deja al mercado la generación de riqueza y al Estado su redistribución?

R: La cuestión con Suecia es si ése es el mejor modelo al que podemos aspirar y yo creo que no. Suecia evidentemente no es un mal modelo sobre todo si lo comparamos con otros. En España el cincuenta por ciento de la economía es estatal o está influida directamente por el Estado a través de redistribuciones de la renta y el otro cincuenta por ciento, sin serlo supuestamente, está hiperregulada. En Suecia, al menos el cincuenta por ciento que es privado no está regulado por el sector publico, lo cual te da un cierto dinamismo del que careces en España a la hora de generar riqueza. El caso más claro es en Suecia, en donde hay más multimillonarios per cápita que en Estados Unidos. Ahora, la cuestión es ¿porqué la parte que no es privada ha de ser pública? Y ahí apelar al ejemplo de Suecia no sirve, y no sirve porque que algo sea mejor a lo que conoces en España no significa que no sea peor a lo que podríamos tener. Yo creo que esa cuestión no la salda Suecia por múltiples motivos. Es un país que esta bien para vivir pero no es un país que esté ni a la cabeza de la generación de riqueza para el conjunto de la población ni destaca por excelentes hospitales ni excelentes cambios en el modelo sanitario. Su sistema educativo justamente ahora está sometido a bastantes problemas aunque dicen que es por introducir libre mercado cuando el libre mercado se ha introducido muy poco. Bueno, en innovación sí está bastante bien, eso es verdad. Pero pese a ser una economía rica y una economía próspera en los servicios básicos, yo creo que podemos aspirar a mucho más y es legítimo aspirar a mucho más. En todo caso, yo lo que digo es “oiga, déjennos elegir, no nos impongan la alternativa sueca”.

P: Cuando se menciona el modelo suizo o el de Singapur se suele afirmar que su tamaño impide hacer comparaciones. ¿Estás de acuerdo?

R: No, porque el tamaño de Suiza o de Singapur es equiparable al de Suecia y sí se hacen comparaciones con Suecia; por tanto, no estoy de acuerdo. Entiendo que algunas de las críticas que se hacen al modelo de Singapur al ser una ciudad Estado puedan ser válidas sobre todo a nivel de infraestructuras y de distribución de provisión de servicios. No es lo mismo tener un área concentrada que un territorio disperso. Si ésa es la única crítica que se le puede hacer, lo que reforzaría es uno de los argumentos de mi libro que es que deberíamos avanzar hacia sociedades mucho más descentralizadas basadas más en ciudades y menos en Estados. Entonces, si el problema es ése, lo que deberíamos tender es hacia una especie de alianza entre ciudades más o menos independientes. ¿Alianza para qué? Pues en términos de defensa, de seguridad algo más amplia, contra el crimen organizado por ejemplo y poco más. Y todo lo demás dejarlo al ámbito de la ciudad, ya que la polis es el espacio natural de vida comunitaria.

P: Comentas en el capítulo dedicado a servicios municipales que distritos como el de Salamanca o el de Chamberí en Madrid tienen una población de unos 150.000 habitantes, lo que es una cifra superior al 99,5% de los municipios en España. Planteas un hiperdescentralización territorial, ¿por qué?

R: Yo planteo la privatización de los servicios. La privatización es la mayor descentralización posible porque ya no es ni siquiera monopolios territoriales sino algo más transversal y más generalizado de que tú te puedes adscribir a la jurisdicción o al proveedor que tú desees, esté donde esté ese proveedor o haya nacido donde haya nacido ese proveedor. Evidentemente hay algunos servicios que por su naturaleza son comunitarios, como todos los servicios que ya llamaríamos municipales: basuras, tratamiento de aguas residuales, alcantarillado, seguridad a pie de calle , es decir, la policía local, gestión del tráfico dentro de la ciudad, etc. Todo esto obviamente es territorial y en ese sentido la cuestión de nuevo es, ¿queremos cuerpos de provisión de servicios que sean nacionales desconcentrados o independientes y en competencia? Yo creo que incluso hoy tendemos a ver bien que sean independientes y en competencia. El modelo se puede extender hasta hacer a las ciudades independientes de la provisión de fondos estatales, que es el modelo que tenemos hoy, y a transformar las ciudades en una especie de comunidades de propietarios privadas como si fueran una comunidad de vecinos muy amplia que además no este predeterminada, no esté cerrada, no esté encorsetada. Así, de la misma manera que una urbanización se puede subdividir en partes y reorganizar; la ciudad debe poder hacerlo con mucho mayor motivo porque tiene un espacio territorial mucho más amplio. Por tanto, lo que sean cosas o zonas necesariamente comunes son muy, muy restringidas pues permitir que los ciudadanos y sus asociaciones se vayan reorganizando tal como gusten o tal como necesiten. De hecho insisto, no hay ningún motivo para que Madrid no se pueda subdividir muchísimo más de lo que está. Es que si no se pudiera, el resto de España no sería funcional porque el resto de España es menor y el resto de España funciona al menos tan bien como Madrid, sobre todo para la mayoría de servicios. ¿Que hay algún servicio que pensemos que el área óptima es Madrid? Pues nada impide que las diversas asociaciones vecinales, comunitarias se asocien en forma de un concierto o de una mancomunidad para proveer a ese servicio de una mayor escala. Pero para eso tiene que haber libertad de asociación y, sobre todo, de desasociación porque si sólo se puede entrar y no se puede salir mal asunto.

P: Haces una interesante comparación que es el gasto publico en España en 2011 frente al que habría habido si los porcentajes se aplicasen del gasto público que había en Estados Unidos en 1890. ¿De dónde viene principalmente ese salvaje incremento del Estado?

R: Ha venido sobre todo del Estado de Bienestar. El Estado de Bienestar era inexistente en el siglo XIX, lo cual no significa que no hubiese bienestar en las condiciones en las que podía haberlo en aquel entonces. Obviamente era una sociedad mucho más pobre que la actual y es absurdo tratar de comparar o decir que tenían una educación, una sanidad equiparable a la actual. No la tenían pero es que aunque hubiera sido pública no la habría sido. De hecho, probablemente habría sido mucho peor. Para el nivel de renta que tenían era una sociedad de bienestar más que razonable en términos actuales. Lo que planteo justamente es si esas sociedades más pobres eran capaces de garantizarse un bienestar razonable para la época ¿por qué hoy que somos mucho más ricos no podríamos garantizarnos un bienestar mucho mayor del que tenemos ahora mismo?

FIN PARTE I

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