El Sur siempre ha sido díscolo. Al margen de la desobediencia civil y la poca simpatía por el escrupuloso respeto de las normas, los territorios sureños siempre han sido el niño revoltoso de la clase, el alborotador, el insumiso.
No en vano, el pasado viernes día 1 de enero conocíamos con enorme pasmo la entrada en vigor de la Ley Federal HB 910, gestada desde mayo de 2015 bajo la genuflexa corriente social del “Open Carry”. La sanción es ya definitiva, tras la rúbrica estampada por el Gobernador del estado 28 de la Unión, el republicano Greg Abbott. Dicha disposición permite el derecho a portar y deambular libremente con armas de fuego en el territorio tejano, sin más limitaciones que las que incorpora la Ley: edificios gubernamentales, parques, eventos deportivos, iglesias, así como establecimientos dedicados a la hostelería (cuyos propietarios podrán admitir o no la entrada de personas provistas de armas). Y ya está.
La Administración Obama ve como el segundo estado más grande de la nación que él mismo presidirá hasta noviembre, rehúsa acatar los santurrones postulados demócratas, haciendo valer taxativamente el tenor literal de la famosa Segunda Enmienda, sic: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido”.
In aliquo casu, el debate está abierto: seguir dejando en manos del Estado la regulación administrativa sobre la tenencia, distribución, porte y uso de armas de fuego o permitir a los ciudadanos norteamericanos que sean ellos mediante sus voluntarias interacciones y conductas responsables los que gestionen un derecho dispositivo otorgado por la Constitución de los Estados Unidos y por la Carta de Derechos.
A continuación, vamos a analizar desde la óptica de la filosofía política libertaria, así como de la escuela austríaca, la disyuntiva sobre el derecho a portar y circular libremente con armas.
El derecho a portar armas desde el punto de vista de la Escuela Austríaca
La escuela austríaca es subjetivista, concibe la sociedad como un conjunto de individuos únicos e irrepetibles, movidos por la fuerza de la función empresarial y dotados de una innata capacidad creativa y consideraciones subjetivas propias.
El individuo al no poder ser autárquico, se ve obligado a cooperar y coordinarse con el resto. Esto es lo que genera la sociedad, un orden espontáneo y dinámico de cooperación y coordinación que avanza mediante prueba y error.
Es en la sociedad donde surgen las instituciones, que son comportamientos pautados surgidos de forma espontánea y con una evolución dinámica bajo la relación prueba-error como constante.
El derecho es una de esas instituciones, la función del mismo consiste en solucionar los conflictos acontecidos entre los individuos que forman la sociedad. Por tanto, como institución que es, el derecho evolutivo o consuetudinario (basado en la costumbre) ha ido formándose a lo largo de cientos de generaciones con la sucesiva aporte de millones de individuos.
Asimismo, la escuela austríaca entiende que la soberanía de cada persona no se encuentra en la sociedad, sino en sí misma. Cada individuo es su propio soberano, siendo éste el que mejor conoce cómo debe ser su vida y por dónde quiere guiarla, transitar en sus proyectos vitales.
A su vez, y en base a los Principios formales del derecho natural, la ética libertaria concibe que cada individuo tiene derecho a la propiedad y a la defensa de su propiedad, su vida y su integridad física.
Por tanto, la escuela austríaca estima que el derecho a llevar armas es un derecho básico del ser humano, que no debe ser eliminado por ningún órgano coercitivo estatal.
Otra relación de enorme transcendencia y que a menudo es empleada como argumento por los detractores al derecho a portar armas es aquella que alude a tanto mayor es el número de armas en circulación, tanto aumenta el índice de criminalidad. Se trata de una falacia de una composición que no puede corroborarse con datos:
Los Estados Unidos son el país del mundo con más armas por cabeza en números absolutos. Así pues, “existen más de 100 millones de armas en EEUU” (siendo este el ratio más elevado en el mundo). Siendo esto así, y siguiendo la lógica imperante en la actualidad, EE.UU debería tener los índices de crimen más elevados del mundo. La realidad es otra bien distinta. No tenemos que ir a los países del Tercer Mundo para ver que hay países más violentos que EE.UU. Rusia o Luxemburgo, por citar algunos, tienen un índice de homicidio por cada 100.000 habitantes del 20,5 y 9,1 respectivamente (según datos de 2002) frente a un 7,8 en los EE.UU. A esto tenemos que añadir que en Rusia hay 4.000 armas por cada 100.000 habitantes y en Luxemburgo 0, estando éstas completamente prohibidas.
Las conclusiones más evidentes que podemos extraer de esta tabla son que existen claramente menos crímenes tanto en números absolutos como por individuo en los estados con regulaciones más laxas con respecto a la tenencia de armas en aquellos estados en los que la regulación es más intrusiva. Los únicos aumentos que se aprecian en la tabla son los relacionados con crímenes no violentos, en los que no se ha agredido directamente a ninguna persona, siendo éstos el hurto y el robo, ambos sin mediar violencia o intimidación.
La razón es bastante evidente. Los criminales han de cambiar sus conductas delictivas, vista la mayor probabilidad de encontrarse frente a un ciudadano armado. La posibilidad de posesión de armas de los ciudadanos es una causalidad directa de la reducción de los crímenes violentos.
Así las cosas, existe un caso particularmente llamativo y edificante para defender los argumentos en pro de la posesión de armas, como es el de Suiza.
Suiza es uno de los países con menor índice de criminalidad del planeta. En 2012 la Oficina de Naciones Unidas contra la droga y el delito (ONUDD) realizó un estudio según el cual Suiza solo tiene un 0,7% de crimen.
Curiosamente, al mismo tiempo que se da este hecho, Suiza tiene una de las tasas de armas per cápita más altas del planeta, en concreto 46 armas por cada 100 personas. No existe un registro nacional, si bien las estadísticas calculan que habría en torno a 2,3 millones de armas, en un país cuya población es de 7,8 millones de personas.
En Suiza el servicio militar es obligatorio, el país tiene solo un 5% de soldados profesionales, siendo el resto compuesto por ciudadanos de entre 20 y 34 años. Una vez que los ciudadanos terminan el servicio militar pueden quedarse con las armas.
Esto fue ratificado en 2011, cuando se realizó un referéndum en el cual el 56% de los suizos votaron a favor de conservar un arma en casa al terminar el servicio militar obligatorio.
Para concluir, y a la hora de intentar no cometer los mismos errores legislativos en el futuro, deberíamos plantearnos de qué sirve intentar controlar la tenencia de armas de fuego por parte de la población civil, especialmente aquella parte de la población que sigue las leyes, cuando los avances tecnológicos convierten este tipo de tareas en verdaderas quimeras, destinando ingentes recursos materiales (vidas humanas, partidas presupuestarias, equipamiento) y formales (legislaciones) contra una batalla de antemano, perdida.