Maduro, que tiene una cara como un armario, se ha inventado una criptomoneda llamada “Petro”. Hasta aquí nada que decir, si con eso consigue combatir la hiperinflación de un millón % que sufre Venezuela. No soy muy creyente, o más bien nada, en los blockchains y las criptomonedas, pero es que ésta no si lo es, en rigor. Que yo sepa una criptomoneda- y por eso se llama así- se define por una oferta que viene rígidamente determinada por un algoritmo secreto, que nadie puede modificar.
Sin embargo, el Petro viene definido por ser en principio igual al valor de un barril de petróleo, y estará respaldado por otras riquezas naturales de Venezuela, lo cual ya implica una intervención exterior, obviamente, porque ¿quién va a impedir que alguien manipule los precios de esas materias primas respaldadoras?
La confusión va a ser total cuando el venezolano quiera saldar sus cuentas con Hacienda con Petros, y se encuentre que no sabe a qué carta quedarse. ¿Petróleo, diamantes? La verdad es que suena sardonico que un país donde hay hambre generalizada se hable de una moneda que se basa en diamantes.
Mientras, no se aclara cuál va a ser la fórmula de emisión de dinero del Banco de Venezuela, que en buena lógica debería de ser cerrado. Si el Petro va a ser la regla de creación de dinero, ¿que pinta el Banco de Venezuela?
Mientras, el pais está en una tragedia diaria de hambre y miseria, donde no hay qué comer con dinero o sin dinero. Traslado aquí lo que cuenta un venezolano que ha logrado salir del infierno gracias a sus facultades com barítono, Luis Magallanes, tal como lo transcribe
Cayetana Álvarez se Toledo:
La crisis venezolana viene de lejos. Lo sé bien. Pero fue en 2015 cuando empezó la gran depresión. Yo he vivido la hecatombe con los ojos abiertos. Como tomando notas para un reportaje científico. Por ejemplo, el hambre. En Venezuela dejamos de hacer la compra. Hace tiempo que ya nadie va al mercado y que en las neveras sólo hay agua. Si es que la hay, porque en algunas zonas del país ya no llega de forma regular. Tampoco es posible comprar la comida hecha, en la calle, digamos, porque entonces te quedas sin dinero para comer el resto del mes. La comida tiene que ser home-made. Literalmente. Es el caso de la arepa, menú básico del venezolano medio. Lo habitual es prepararla con harina de maíz precocinada, comprada en el súper. Pero no hay. Y la que hay no se puede pagar con un sueldo normal: tres euros al mes, para que me entiendan. Así que hay que hacerla. Mi pobre madre, a su edad. ¿Una pensión digna? Me río por no llorar. Todos los días se levantaba al alba para conseguir leña. Luego ponía el maíz entero a sancochar y cocer. Durante horas. Para que se ablandara. Una vez frío, mis hermanos lo molíamos a mano. Cada uno un rato. Luego a moldear la masa hasta conseguir la arepa. Una mañana de trabajo. Como cuando no existía la más mínima tecnología, como cuando mi madre era niña y vivía en la indigencia rural. Y tú piensas: de desayunar un sándwich rápido en la calle antes de ir al colegio o a la oficina a fabricar la harina a mano. Y luego te asalta la primera pregunta: ¿y con qué comemos la arepa? Muchas familias ya no pueden comprar pollo ni carne ni nada parecido. Sólo comen mantequilla blanca, un derivado del queso, más barato que la mantequilla normal, sabroso pero grasiento y poco nutritivo. Y al poco viene la siguiente duda: ya tengo el desayuno, bien; pero al mediodía, ¿qué voy a comer? Y muchos días no tienes respuesta. Y tus vecinos tampoco. Ves que sólo comen pan. Sin nada. Y hay gente que se viene abajo y se deprime y sólo quiere morir. Yo a veces también. Me veo un mediodía, en posición fetal, diciendo: no quiero hacer nada porque no puedo hacer nada, porque quiero trabajar y no puedo, porque sólo tengo hambre. Y pienso ahora en los niños, mis alumnos. A veces, al llegar a clase, preguntaba: ¿por qué no ha venido hoy fulano? Y me decían: porque no tiene qué comer. Quedas con amigos a los que llevas un tiempo sin ver y los encuentras delgadísimos. Incluso te ves a ti mismo en una foto y dices: no puede ser que sea el mismo. No te reconoces. «Tengo hambre», se ha convertido en una frase recurrente. En cambio, ya nadie dice: «Oye, te invito a un café». O compras el café, o compras la leche o compras el azúcar. Los tres a la vez, imposible.
No puedo evitar ver y sentir la sardónica risa de una calavera claquetenado los dientes. Un contraste, el hambre y el Petro, que desgraciadamente no ve la mayoría de la gente. Todavía hay mucho soñador que quiere implantar ese régimen aquí. Y luego supongo que implantar un Petro.
Doy gracias a Dios, pese a mi euro escepticismo desengañado, por estar en Europa. Al menos... que dure mucho mientras andan sueltos estos locos.
La economía no es sólo curvas que se cruzan en el espacio.
Maduro, que tiene una cara como un armario, se ha inventado una criptomoneda llamada “Petro”. Hasta aquí nada que decir, si con eso consigue combatir la hiperinflación de un millón % que sufre Venezuela. No soy muy creyente, o más bien nada, en los blockchains y las criptomonedas, pero es que ésta no si lo es, en rigor. Que yo sepa una criptomoneda- y por eso se llama así- se define por una oferta que viene rígidamente determinada por un algoritmo secreto, que nadie puede modificar.
Sin embargo, el Petro viene definido por ser en principio igual al valor de un barril de petróleo, y estará respaldado por otras riquezas naturales de Venezuela, lo cual ya implica una intervención exterior, obviamente, porque ¿quién va a impedir que alguien manipule los precios de esas materias primas respaldadoras?
La confusión va a ser total cuando el venezolano quiera saldar sus cuentas con Hacienda con Petros, y se encuentre que no sabe a qué carta quedarse. ¿Petróleo, diamantes? La verdad es que suena sardonico que un país donde hay hambre generalizada se hable de una moneda que se basa en diamantes.
Mientras, no se aclara cuál va a ser la fórmula de emisión de dinero del Banco de Venezuela, que en buena lógica debería de ser cerrado. Si el Petro va a ser la regla de creación de dinero, ¿que pinta el Banco de Venezuela?
Mientras, el pais está en una tragedia diaria de hambre y miseria, donde no hay qué comer con dinero o sin dinero. Traslado aquí lo que cuenta un venezolano que ha logrado salir del infierno gracias a sus facultades com barítono, Luis Magallanes, tal como lo transcribe
Cayetana Álvarez se Toledo:
La crisis venezolana viene de lejos. Lo sé bien. Pero fue en 2015 cuando empezó la gran depresión. Yo he vivido la hecatombe con los ojos abiertos. Como tomando notas para un reportaje científico. Por ejemplo, el hambre. En Venezuela dejamos de hacer la compra. Hace tiempo que ya nadie va al mercado y que en las neveras sólo hay agua. Si es que la hay, porque en algunas zonas del país ya no llega de forma regular. Tampoco es posible comprar la comida hecha, en la calle, digamos, porque entonces te quedas sin dinero para comer el resto del mes. La comida tiene que ser home-made. Literalmente. Es el caso de la arepa, menú básico del venezolano medio. Lo habitual es prepararla con harina de maíz precocinada, comprada en el súper. Pero no hay. Y la que hay no se puede pagar con un sueldo normal: tres euros al mes, para que me entiendan. Así que hay que hacerla. Mi pobre madre, a su edad. ¿Una pensión digna? Me río por no llorar. Todos los días se levantaba al alba para conseguir leña. Luego ponía el maíz entero a sancochar y cocer. Durante horas. Para que se ablandara. Una vez frío, mis hermanos lo molíamos a mano. Cada uno un rato. Luego a moldear la masa hasta conseguir la arepa. Una mañana de trabajo. Como cuando no existía la más mínima tecnología, como cuando mi madre era niña y vivía en la indigencia rural. Y tú piensas: de desayunar un sándwich rápido en la calle antes de ir al colegio o a la oficina a fabricar la harina a mano. Y luego te asalta la primera pregunta: ¿y con qué comemos la arepa? Muchas familias ya no pueden comprar pollo ni carne ni nada parecido. Sólo comen mantequilla blanca, un derivado del queso, más barato que la mantequilla normal, sabroso pero grasiento y poco nutritivo. Y al poco viene la siguiente duda: ya tengo el desayuno, bien; pero al mediodía, ¿qué voy a comer? Y muchos días no tienes respuesta. Y tus vecinos tampoco. Ves que sólo comen pan. Sin nada. Y hay gente que se viene abajo y se deprime y sólo quiere morir. Yo a veces también. Me veo un mediodía, en posición fetal, diciendo: no quiero hacer nada porque no puedo hacer nada, porque quiero trabajar y no puedo, porque sólo tengo hambre. Y pienso ahora en los niños, mis alumnos. A veces, al llegar a clase, preguntaba: ¿por qué no ha venido hoy fulano? Y me decían: porque no tiene qué comer. Quedas con amigos a los que llevas un tiempo sin ver y los encuentras delgadísimos. Incluso te ves a ti mismo en una foto y dices: no puede ser que sea el mismo. No te reconoces. «Tengo hambre», se ha convertido en una frase recurrente. En cambio, ya nadie dice: «Oye, te invito a un café». O compras el café, o compras la leche o compras el azúcar. Los tres a la vez, imposible.
No puedo evitar ver y sentir la sardónica risa de una calavera claquetenado los dientes. Un contraste, el hambre y el Petro, que desgraciadamente no ve la mayoría de la gente. Todavía hay mucho soñador que quiere implantar ese régimen aquí. Y luego supongo que implantar un Petro.
Doy gracias a Dios, pese a mi euro escepticismo desengañado, por estar en Europa. Al menos... que dure mucho mientras andan sueltos estos locos.
La economía no es sólo curvas que se cruzan en el espacio.
Maduro, que tiene una cara como un armario, se ha inventado una criptomoneda llamada “Petro”. Hasta aquí nada que decir, si con eso consigue combatir la hiperinflación de un millón % que sufre Venezuela. No soy muy creyente, o más bien nada, en los blockchains y las criptomonedas, pero es que ésta no si lo es, en rigor. Que yo sepa una criptomoneda- y por eso se llama así- se define por una oferta que viene rígidamente determinada por un algoritmo secreto, que nadie puede modificar.
Sin embargo, el Petro viene definido por ser en principio igual al valor de un barril de petróleo, y estará respaldado por otras riquezas naturales de Venezuela, lo cual ya implica una intervención exterior, obviamente, porque ¿quién va a impedir que alguien manipule los precios de esas materias primas respaldadoras?
La confusión va a ser total cuando el venezolano quiera saldar sus cuentas con Hacienda con Petros, y se encuentre que no sabe a qué carta quedarse. ¿Petróleo, diamantes? La verdad es que suena sardonico que un país donde hay hambre generalizada se hable de una moneda que se basa en diamantes.
Mientras, no se aclara cuál va a ser la fórmula de emisión de dinero del Banco de Venezuela, que en buena lógica debería de ser cerrado. Si el Petro va a ser la regla de creación de dinero, ¿que pinta el Banco de Venezuela?
Mientras, el pais está en una tragedia diaria de hambre y miseria, donde no hay qué comer con dinero o sin dinero. Traslado aquí lo que cuenta un venezolano que ha logrado salir del infierno gracias a sus facultades com barítono, Luis Magallanes, tal como lo transcribe
Cayetana Álvarez se Toledo:
La crisis venezolana viene de lejos. Lo sé bien. Pero fue en 2015 cuando empezó la gran depresión. Yo he vivido la hecatombe con los ojos abiertos. Como tomando notas para un reportaje científico. Por ejemplo, el hambre. En Venezuela dejamos de hacer la compra. Hace tiempo que ya nadie va al mercado y que en las neveras sólo hay agua. Si es que la hay, porque en algunas zonas del país ya no llega de forma regular. Tampoco es posible comprar la comida hecha, en la calle, digamos, porque entonces te quedas sin dinero para comer el resto del mes. La comida tiene que ser home-made. Literalmente. Es el caso de la arepa, menú básico del venezolano medio. Lo habitual es prepararla con harina de maíz precocinada, comprada en el súper. Pero no hay. Y la que hay no se puede pagar con un sueldo normal: tres euros al mes, para que me entiendan. Así que hay que hacerla. Mi pobre madre, a su edad. ¿Una pensión digna? Me río por no llorar. Todos los días se levantaba al alba para conseguir leña. Luego ponía el maíz entero a sancochar y cocer. Durante horas. Para que se ablandara. Una vez frío, mis hermanos lo molíamos a mano. Cada uno un rato. Luego a moldear la masa hasta conseguir la arepa. Una mañana de trabajo. Como cuando no existía la más mínima tecnología, como cuando mi madre era niña y vivía en la indigencia rural. Y tú piensas: de desayunar un sándwich rápido en la calle antes de ir al colegio o a la oficina a fabricar la harina a mano. Y luego te asalta la primera pregunta: ¿y con qué comemos la arepa? Muchas familias ya no pueden comprar pollo ni carne ni nada parecido. Sólo comen mantequilla blanca, un derivado del queso, más barato que la mantequilla normal, sabroso pero grasiento y poco nutritivo. Y al poco viene la siguiente duda: ya tengo el desayuno, bien; pero al mediodía, ¿qué voy a comer? Y muchos días no tienes respuesta. Y tus vecinos tampoco. Ves que sólo comen pan. Sin nada. Y hay gente que se viene abajo y se deprime y sólo quiere morir. Yo a veces también. Me veo un mediodía, en posición fetal, diciendo: no quiero hacer nada porque no puedo hacer nada, porque quiero trabajar y no puedo, porque sólo tengo hambre. Y pienso ahora en los niños, mis alumnos. A veces, al llegar a clase, preguntaba: ¿por qué no ha venido hoy fulano? Y me decían: porque no tiene qué comer. Quedas con amigos a los que llevas un tiempo sin ver y los encuentras delgadísimos. Incluso te ves a ti mismo en una foto y dices: no puede ser que sea el mismo. No te reconoces. «Tengo hambre», se ha convertido en una frase recurrente. En cambio, ya nadie dice: «Oye, te invito a un café». O compras el café, o compras la leche o compras el azúcar. Los tres a la vez, imposible.
No puedo evitar ver y sentir la sardónica risa de una calavera claquetenado los dientes. Un contraste, el hambre y el Petro, que desgraciadamente no ve la mayoría de la gente. Todavía hay mucho soñador que quiere implantar ese régimen aquí. Y luego supongo que implantar un Petro.
Doy gracias a Dios, pese a mi euro escepticismo desengañado, por estar en Europa. Al menos... que dure mucho mientras andan sueltos estos locos.
Maduro, que tiene una cara como un armario, se ha inventado una criptomoneda llamada “Petro”. Hasta aquí nada que decir, si con eso consigue combatir la hiperinflación de un millón % que sufre Venezuela. No soy muy creyente, o más bien nada, en los blockchains y las criptomonedas, pero es que ésta no si si la es, en rigor. Que yo sepa una criptomoneda- y por eso se llama así- se define por una oferta que viene rígidamente determinada por un algoritmo secreto, que nadie puede modificar.
Sin embargo, el Petro viene definido por ser en principio igual al valor de un barril de petróleo, y estará respaldado por otras riquezas naturales de Venezuela, lo cual ya implica una intervención exterior, obviamente, porque ¿quién va a impedir que alguien manipule los precios de esas materias primas respaldadoras?
La confusión va a ser total cuando el venezolano quiera saldar sus cuentas con Hacienda con Petros, y se encuentre que no sabe a qué carta quedarse. ¿Petróleo, diamantes? La verdad es que suena sardonico que un país donde hay hambre generalizada se hable de una moneda que se basa en diamantes.
Mientras, no se aclara cuál va a ser la fórmula de emisión de dinero del Banco de Venezuela, que en buena lógica debería de ser cerrado. Si el Petro va a ser la regla de creación de dinero, ¿que pinta el Banco de Venezuela?
Mientras, el pais está en una tragedia diaria de hambre y miseria, donde no hay qué comer con dinero o sin dinero. Traslado aquí lo que cuenta un venezolano que ha logrado salir del infierno gracias a sus facultades com barítono, Luis Magallanes, tal como lo transcribe
Cayetana Álvarez se Toledo:
La crisis venezolana viene de lejos. Lo sé bien. Pero fue en 2015 cuando empezó la gran depresión. Yo he vivido la hecatombe con los ojos abiertos. Como tomando notas para un reportaje científico. Por ejemplo, el hambre. En Venezuela dejamos de hacer la compra. Hace tiempo que ya nadie va al mercado y que en las neveras sólo hay agua. Si es que la hay, porque en algunas zonas del país ya no llega de forma regular. Tampoco es posible comprar la comida hecha, en la calle, digamos, porque entonces te quedas sin dinero para comer el resto del mes. La comida tiene que ser home-made. Literalmente. Es el caso de la arepa, menú básico del venezolano medio. Lo habitual es prepararla con harina de maíz precocinada, comprada en el súper. Pero no hay. Y la que hay no se puede pagar con un sueldo normal: tres euros al mes, para que me entiendan. Así que hay que hacerla. Mi pobre madre, a su edad. ¿Una pensión digna? Me río por no llorar. Todos los días se levantaba al alba para conseguir leña. Luego ponía el maíz entero a sancochar y cocer. Durante horas. Para que se ablandara. Una vez frío, mis hermanos lo molíamos a mano. Cada uno un rato. Luego a moldear la masa hasta conseguir la arepa. Una mañana de trabajo. Como cuando no existía la más mínima tecnología, como cuando mi madre era niña y vivía en la indigencia rural. Y tú piensas: de desayunar un sándwich rápido en la calle antes de ir al colegio o a la oficina a fabricar la harina a mano. Y luego te asalta la primera pregunta: ¿y con qué comemos la arepa? Muchas familias ya no pueden comprar pollo ni carne ni nada parecido. Sólo comen mantequilla blanca, un derivado del queso, más barato que la mantequilla normal, sabroso pero grasiento y poco nutritivo. Y al poco viene la siguiente duda: ya tengo el desayuno, bien; pero al mediodía, ¿qué voy a comer? Y muchos días no tienes respuesta. Y tus vecinos tampoco. Ves que sólo comen pan. Sin nada. Y hay gente que se viene abajo y se deprime y sólo quiere morir. Yo a veces también. Me veo un mediodía, en posición fetal, diciendo: no quiero hacer nada porque no puedo hacer nada, porque quiero trabajar y no puedo, porque sólo tengo hambre. Y pienso ahora en los niños, mis alumnos. A veces, al llegar a clase, preguntaba: ¿por qué no ha venido hoy fulano? Y me decían: porque no tiene qué comer. Quedas con amigos a los que llevas un tiempo sin ver y los encuentras delgadísimos. Incluso te ves a ti mismo en una foto y dices: no puede ser que sea el mismo. No te reconoces. «Tengo hambre», se ha convertido en una frase recurrente. En cambio, ya nadie dice: «Oye, te invito a un café». O compras el café, o compras la leche o compras el azúcar. Los tres a la vez, imposible.
No puedo evitar ver y sentir la sardónica risa de una calavera claquetenado los dientes. Un contraste, el hm re y el Petro, que desgraciadamente no ve la mayoría de la gente. Todavía hay mucho soñador que quiere implantar ese régimen aquí.
Y luego supongo que implantar un Petro. Doy gracias a Dios, pese a mi euro escepticismo desengañado, por estar en Europa. Al menos... que dure mucho mientras da una Barreto a estos locos.