Empieza Trump su mandato en un mundo dislocado, en el que los gobiernos mundiales - los que pesan en el mundo - se dan la espalda, y los oponentes internos que pretenden quitarles el sillón anuncian que quieren un nuevo paradigma que no tiene una sola cara, que es poliedrico: lo primero que piden es más nacionalismo y menos cosmopolitismo. Ante el fracaso de la globalización - que en realidad es el fracaso obligado por culpa los tramposos, como China - se ha erigido el malestar de las clases que vivían de un esquema vital con una visión presente y futura: mis hijos podrán vivir mejor que yo. Si yo soy tornero fresador, tendré una pensión y mi hijo podrá ser ingeniero.
Todo eso ha saltado por los aires, naturalmente en la crisis, pero ya venía cociéndose de antes, como expliqué aquí, en "
Juicio a la globalización". La globalización ha tenido jugadores que han jugado sucio, y no había un árbitro para sancionarlos y expulsarlos. Concretamente, China manipuló durante décadas su tipo de cambio, que fue lo que le permitió arrasar los mercados e invadirlos de sus productos. Esa manipulación - aparte de arruinar la vida de las clases medias trabajadoras de los países desarrollados - le permitió acumular gran cantidad de reservas internacionales, en dólares sobre todo, y ese ahorro exorbitante fue el primer eslabón de la burbuja mundial que estalló en 2008 (como explico en el post "
Cuatro narraciones de la crisis"), con la ayuda de un sistema financiero occidental descontrolado y frenético.
No es extraño que estemos en pleno desconcierto. El desconcierto de Europa es doble, porque al estallido del paradigma global se añade el suyo propio del euro, emblema de una superpotencia que ya tenía que estar haciendo sombra a EEUU, pero que lo único que puede hacer es meter la basura de su disfunción bajo la alfombra, pisotear a Grecia para que no estalle, mientras ve asomarse por las murallas las huestes de Marine Le Pen, e Inglaterra le ha dicho tajantemente que no cederá en los puntos calientes de la inmigración y las fronteras. Inglaterra quiere que su parlamento controle las leyes internas, lo que además de ser lógico, entre otras cosas es un ejemplo ante la desidia de otros, como España, en cumplir una Constitución flojeras que se raja ante cualquier embate. Nadie la respeta, ni los mandatarios, como en las cumbres fuera-de-la-ley de presidentes de ccaa, en un bochornoso espectáculo que nadie cuestiona. Sí, el Brexit tiene más lógica de lo que se admite, pero es que las formas de pensar democráticas están pervertidas. Siempre he dudado que pueda existir democracia sin nación; el cosmopolitismo es por definición superfluo: es la propuesta de dejemos de ser lo que somos para no ser nadie. Pero la nación sigue siendo la pieza clave de la integración en el mundo, como se puede comprobar hoy con el desasosiego reinante, empezando por el Brexit.
Por cierto, que esa cesión lánguida del poder legislativo a la Europa mostrenca le ha costado a la socialdemocracia europea la gran posición hegemónica que tenía. Su apuesta por el libre mercado sin controles, contra natura, pensado que con el euro compensaría todo, le ha salido mal. Rematadamente mal.
En España, ¿cómo va a haber paradigma si no nos viene dado de fuera? Así estamos que no sabemos qué hacer con nosotros mismos. Ir tirando es lo único que se nos ocurre. Europa no hace ni puto caso de la cuestión Catalana, y sin embargo puede ser una bomba peor que Grecia, si la pones en la fila de problemas que arrastra Europa. Una Cataluña independiente es un problema mucho peor que Grecia.
Europa es una disfunción total, donde manda el más fuerte, pero sin autoridad moral. Ese que manda tiene la idea clara de manipular Europa monopolizando su encaje en el mundo, siendo ella la única voz cantante, pero el mundo se está "desestructurando", y Trump viene con la intención de acelerar el proceso. Así que nos quedaremos colgando de la brocha, unos más que otros.
Se nos hunden los dos paradigmas que han adormecido a España desde la muerte de Franco. El de la internacionalización y el del europeismo pero, chitón, no lo sabemos todavía. Tendremos que esperar a que otros nos digan lo que debemos soñar. No esperen que soñemos en una España que construyamos nosotros, que siempre sería un buen principio. No, mejor empecemos la casa por el tejado. Por ejemplo, destruyamos lo que hay y hagamos una confederación de nacionalidades ridículas. Y dialoguemos mucho, mucho, que eso siempre hace pasar el tiempo.