Cuando enseñas a un coreano a hacer zapatos, y luego al hijo del coreano a hacer coches, y dejas que vendan esos zapatos en el mercado mundial, y luego los coches, has inventado la globalización. La globalización ha sido la mayor fuerza, la palanca más potente, para sacar de la pobreza a miles de millones de seres humanos que vivían en el hambre y en el barro. Los países que se han apuntado a este modelo, con el apoyo del instituciones como el Banco Mundial, han recortado las diferencias en renta per capita con nosotros, e incluso algunos, como Corea del Sur, nos han superado.
Los paises que por razones culturales - en Europa, Sudamérica - no se han adaptado a la dureza del modelo, porque tenían que empezar de cero tras la ventaja que habían adquirido, han sido poco a poco desprotegidos y aniquilados. España, fue con antelación un país de esos, hasta que se recostó en el europeismo.
En este ambiente de pérdida de fe en el futuro, mientras los otros al contrario, estaban insuflados de fe en el futuro, ha renacido el rencor, rencor que ha llegado al paroxismo cuando desde 2008 estalló la crisis y no se ha sabido responder a ella con eficacia, y se ha creado la sensación de desconcierto hacia los lideres políticos que se amparan en organizaciones internacionales donde se refugian despavoridos de su propia inanidad.
La falta de fe en el futuro es una cara de la moneda de la cual la otra cara es el rencor. Al rencor no le importa la realidad ni sus límites, lo que quiere es echar la culpa a alguien de sus males y expulsarlo de su mundo, lo que no le servirá de nada porque durante decenios la eficacia estará del lado de los nuevos países con confianza en sí mismos. Entonces surgirán un nuevo nacionalismo, peligrosa ideología que puede ser manipulada tanto desde la derecha como desde la izquierda. El nacionalismo será inútil para generar riqueza, mientras los paises que se ha abierto a la productividad y al comercio proseguiran creciendo.
El nacionalismo creará fracaso y frustración, y por ello más cuotas de rencor, lo que se enfocará hacia otros: otros grupos sociales, otros países. El riesgo de confrontación aumentará.
En Europa nadie tiene la iniciativa para empezar a desviarse de ese peligroso camino. Todos están ensimismados en mantener el tinglado, tinglado absolutamente inútil si no se hace un cambio radical de ciertas cosas, antes de que sea tarde, por ejemplo, antes de que en Francia gane la extrema derecha, aunque en Austria tendremos pronto a la extrema derecha en el poder, y en otros países, muy cerca.
Habrá que aceptar las consecuencias de la globalización, pero también habrá que amortiguar sus consecuencias negativas para las clases medias trabajadoras que han quedado a merced del albur de un trabajo sin futuro y un salario insuficiente para mantener el entreverado temporal que permite confiar en que los hijos tendrán un porvenir digno, no un empleo a plazo y tiempo parcial. Que podrán trabajar en su país de nacimiento sin tener que irse a la otra punta de mundo.
¿Habrá tiempo disponible? Lo que es más, ¿habrá voluntad y empuje para hacerlo? Me temo que si el mejor modelo y el máximo liderazgo de Europa es Merkel, no. Esta señora hace tiempo que ya alcanzó su máxima capacidad de respuesta a los retos europeos, mientras disfruta de la aparente bonanza de Alemania, construida sobre un euro falso, que sólo le beneficia a ella.
Un dato: los paises de los que hablábamos, que se han labrado un futuro, han dispuesto todos de su propia divisa, y con ello han dispuesto de una palanca para suavizar los choques externos. Ha manejado sus monedas en función de los mercados mundiales, de sus necesidades, de las ondas exteriores, favorables o no. Los europeos no tenemos eso. Y no lo tendremos, probablemente, porque el euro se ha construido para que fuera irreversible. Y lo es.