El Estado de los intereses partidistas (dedicado a los rixuelos que creen que la política no es economía)

3 de julio, 2019 0
Treinta años Economista Titulado del Banco de España. Economía internacional. Autor del blog "Decadencia de Occidente", blog sobre los estragos... [+ info]
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Acabo de rematar la lectura del libro que mencionaba hace cuatro post,

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Esta lectura tan trágica, de un partido que se creía llamado a jugar un gran papel en la Transición, me sugiere algunas pequeñas reflexiones sobre el estado político de la España actual.
Estas reflexiones se derivan de una pregunta: ¿ha terminado la Transición? ¿Cual ha sido el resultado?
Me hago esta pregunta porque se supone que la Transición se cerró en 1982, cuando el PSOE llegó por primera vez al poder tras el hundimiento de la UCD de Suárez y del PCE de Carrillo. El PSOE de Felipe González vino a llenar ese enorme vacío de poder que había dejado la caída de Suárez y los sueños de Carrillo de subirse al carro del gobierno porque él era la única alternativa de izquierdas seria. 
Si vemos el estado actual de nuestra política, o la Transición no ha terminado, o ha sido un verdadero fracaso. El multipartidismo, junto el Carajal de las CCAA, que aumenta exponencialmente el caos, nos coloca en una situación permanente de precariedad, sin que se pueda vislumbrar la mínima intención de hacer una política básica de estado a medio plazo. Esto verdaderamente no es un triunfo. La Transición ha sido el camino seguido desde 1975 hasta ese resultado; por lo tanto, o bien los ejecutores o bien la propia Transición han fracasado. Ésta última por craso error de diseño. 
Creo que se puede afirmar que el problema es de diseño, que dejó errores indubitables en la Constitución, aunque a ellas ha de añadirse decisiones de los gobiernos de turno que ahondaban en esos errores. 
La Constitución no cerró bien el proyecto de descentralización, que fue mucho más allá y convirtió a España en 17 reinos de taifas que impiden inexorablemente una mínima política de Estado. El otro error que viene a imbricarse en éste es la ley electoral, una ley de listas cerradas que diseñan las cúpulas de los partidos tanto para las elecciones generales como para autonómicas y municipales. Las cúpulas de los partidos, especialmente el que está en el poder, son los verdaderos amos de la Nación, sobe todo teniendo en cuenta que ya que se reparten los puestos de la judicatura con absoluta desvergüenza. Los partidos nombran a los diputados y a los jueces. La democracia al revés.
A partir de aquí, los errores de los gobierno de turno - como el que comentábamos hace poco en el post “El señor de las moscas” -, han ahondado en la herida de los fallos iniciales. El caso paradigmático es el de el estatuto de autonomía concedido a Cataluña por el ejecutivo de Zapatero; pero hay otros, como la timidez con que se aplicó el artículo 155 ante el golpe de estado catalán. 
Y ahora es inevitable plantear la pregunta: ¿que soluciones hay; quien las menciona siquiera en sus programas? Si algún partido lo hace, ¿tendrá la posibilidad de realizarlas? 
Desde luego el que gobierna actualmente, no. Es más, es de temer que se opondrá frontalmente - como lo haría cualquier otro en su posición - a modificar el status quo que tanto le beneficia. Vivimos un estado de intereses partidistas, que pasan por encima de los intereses ciudadanos. 
¿Es factible que, involuntariamente, con el tiempo, vayamos a corregir estos graves fallos? Cabe dudarlo. 
¿Pensaríamos que podemos seguir con los problemas indefinidamente, en una especie de pacto entre la sociedad civil y los partidos para no molestarse entre ambos? Esto parece una ilusión improbable. Sin embargo vivimos todos así, despreocupadamente, esperando que el fin del mundo no nos caiga encima.
Delante, en un futuro no muy lejano, nos esperan sin embargo desafíos que sólo sería posible vencer en un sistema muy distinto, que permitiera la Política con mayúscula. Piénsese por ejemplo en la dantesca insostenibilidad de las pensiones. 
Desde luego un panorama frustrante, pero que parece no afectar a casi nadie. 

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