El ecologista escéptico

23 de julio, 2022 2
Treinta años Economista Titulado del Banco de España. Economía internacional. Autor del blog "Decadencia de Occidente", blog sobre los estragos... [+ info]
Treinta años Economista Titulado del Banco de España.... [+ info]

Bjørn Lomborg es un ecologista sin consignas. Es decir, un científico que analiza y contrasta todo lo quema dice. Ha sido perseguido y ninguneado por los medía, casi todos, como es fácil ver, al servicio del Dogma imperante. No habrán leído seguramente muchos artículos suyos traducidos, ni mencionado en la primera página de los periódicos.

Ahora, hasta el hombre del ti mío dice “por supuesto, esto se debe al Calentamiento”.

Lomborg tiene un planteamiento más frío. Niega que en el año 2030 se acabara el planeta. Propone una reducción de CO2 más lenta y reflexionada, y teniendo en cuenta los costes que implica hacer las cosas a lo loco.

Entonces, ¿cuál es el camino a seguir? En primer lugar, debemos evaluar las políticas climáticas de la misma manera que el resto: en términos de costes y beneficios. En este caso, eso significa calcular el precio de estas políticas comparado con los beneficios de atenuar las consecuencias del cambio climático. Los problemas derivados del clima se señalan sin cesar, pero el coste de las políticas destinadas a reducir el dióxido de carbono es igual de real y a menudo afecta más a los pobres de la sociedad. El dióxido de carbono es un subproducto de una sociedad con acceso a energía fiable y barata que permite producir todo aquello que conforma sus bondades: alimentos, calefacción, calefacción, refrigeración, transporte, etc. Restringir el acceso a las fuentes de energía baratas para imponer una más cara y/o menos fiable conlleva mayores costes y merma el crecimiento económico. En este caso, los mejores trabajos de investigación sobre costes y beneficios ponen de manifiesto que convendría reducir algunas emisiones de dióxido de carbono, pero desde luego no todas ellas. Debería hacerse mediante un impuesto al carbono que partiera de un precio bastante bajo de 20 dólares por tonelada de emisiones (equivalente a un impuesto de unos 5 centavos de dólar por litro de gasolina) que fuera subiendo despacio a lo largo del siglo. Lo mejor sería que la tasa estuviera coordinada a nivel mundial, pero lo más probable es que acabemos con un rosario de políticas diversas y menos eficaces. Aun así, servirá para reducir algo el aumento de la temperatura global y evitará que alcancemos las temperaturas más perjudiciales. También frenará un tanto el crecimiento económico, porque esa es la consecuencia inevitable de encarecer la energía. En general, este sería un buen compromiso. Más adelante examinaremos los detalles de estos modelos climáticos y económicos, pero la clave radica ahí. Una energía un poco más cara se traduce en un crecimiento ligeramente más lento de la economía mundial, la cual alcanzará un bienestar algo inferior durante los próximos siglos al que habría conseguido sin tasas al carbono. En resumen, el coste adicional rondaría un 0,4% del PIB mundial. 

Otro ecologista que reniega del movimiento es

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