La palabra y, por ende, la sociedad, está completamente devastada. No vale nada, como el dinero que se ha emitido en exceso y nadie lo quiere.
Las instituciones democráticas están hechas de palabras, que las definen, las acotan, a veces con primor y grandeza. ¿Quien las defiende? La confianza de los ciudadanos en las palabras que contienen. No valen nada si viene un Nicolás Maduro y decide apropiarse de ellas, devaluarlas, reconvertirlas a su arbitrio y convertirlas en una propiedad particular. Maduro va a dar un golpe de estado mediante la creación de una asamblea constituyente que borre la Constitución y cree una a su medida. Para ello ha envilecido la asamblea actual, que ganó la oposición, trufando el Tribunal Constitucional de jueces afines y leales a él, no la palabra dada, cambiando las leyes -las palabras de las leyes - a favor del tirano. Maduro va a establecer una dictadura franquista, dicen, pero Franco tuvo la honradez de no pretender que eso era una democracia: la llamó democracia orgánica, no democracia, y su definición y articulación no democractica estaban claras. Lo que estaba claro también es que eso no podía sobrevivir la muerte del dictador. Claro como el agua.
¿Se dan cuenta de lo débil que es la palabra cuando el poder quiere apoderarse de su significado? Vivimos una época de trastrueque de los valores, que no es más que una época de desgaste del valor de las palabras.
Todo se basa al final en la capacidad de engañarnos a nosotros mismos. En utilizar las palabras turbiamente, pero con nosotros, no sólo con los demás. El camino recorrido en ese desgaste es difícilmente recuperable. Vivimos cada vez más bajo el engaño y el embeleco que nosotros nos ponemos de pantalla, para poder aguantar día a día, aunque a veces hay gente, como los venezolanos, que no pueden aguantar más de miseria, hambre, mentira y desconfianza en las palabras que les intentan vender. Como el dinero que malmente circula en Venezuela. No es casual que el desgaste de la palabra coincida con el desgaste del dinero. Este último es un signo certero de devastación social.