Estoy leyendo una novela policiaca de serie negra. En este tipo de literatura, no hay crímenes de alta sociedad, asesinatos más o menos elegantes; hay gánsters. Unos son malos y otros menos malos. Hay policías corruptos y policías más corruptos aún.
Los gánsters se rigen por normas que ellos mismos han elaborado, a espaldas de la sociedad e instituciones que tienen alrededor. Son inmorales con esa sociedad, aunque procuran no rozarse con ella si lo pueden evitar: no la quieren derribar. Pero, para conseguir sus fines, corrompen jueces, policías, y políticos. Prefieren ser sus parásitos, no sus enemigos ¿Les suena?
Estas novelas son una buena escuela de realidad.
Me ha traído la memoria la frase del gran economista Marcur Olson (Poder y prosperidad): El buen gobernante es el bandolero que deja de saquear la aldea, porque se da cuenta que le es más rentable ofrecerse como guardián de la ley. Así, la productividad económica aumenta, el "botín", sin sangre ni amenazas, se hace más grande, y es simplemente la comisión que recibe para que nadie más saquee la aldea.
La economía prospera gracias a la Paz, que el buen bandolero se encarga de mantener.
Esto es una versión más del Contrato Social, en su faceta más importante, que yo llamaría del ramal Hobbesiano: la violencia es inevitable, el poder también lo es, y hay que tener instituciones para contenerlo. Esas instituciones son complejas y delicadas, y dependen de unas creencias sobre ellas de la mayoría de la gente que, cuando se desgastan, empiezan a decaer.
Los gánsters siempre existirán, y los politicos corruptos también. Siempre habrá quienes intentarán aprovechar las rendijas del sistema para colocarse en mejor posición que la mayoría. Es más, que en España sea la política la principal fuente de corrupción indica bien a las claras que es el Poder la principal fuente del mal. Por un aparte, el poder es simplemente inevitable. No hay sociedad en el vacío, siempre habrá alguien que quiera hacerse con él. La sociedad perfecta, anarquizante, no existe. Es inútil propagar una lucha contra el poder per se. Lo único que se puede hacer es luchar para que no sea unipersonal, que sea democrático, y que responda a la Ley. Limitar el absolutismo del poder es más realista que acabar con él. Poner la sociedad patas arriba y empezar de cero es una utopía que genera mucho más dolor y poder más arbitrario que cualquier otro tipo de contrato social.
He oído por la radio que una encuesta entre jóvenes da que las chicas en su mayoría quieren ser maestras o profesoras, y los chicos futbolistas. Aparte de que da una idea de lo diferentes que somos ambos sexos, también resalta el idealismo, pues lo único que ninguno quiere ser es político. Sin embargo, algunos, muchos, lo serán, aunque solo sea por un proceso de ascenso a través de otras profesiones, que les llevará al servicio público y a la política, sin necesidad de ser de un partido.
Es decir, deduzco que la idea del político en los jóvenes es de un gánster, y no van mal encaminados. Hay algo en común entre la ambición de poder, por muy noble que esa, y la ambición de estar en la cúspide de una organización mafiosa, desde la cual adjudicar la "justicia" tal como lo entienden las reglas particulares de esa asociación. La violencia que suele imperar en tales medios no es de recibo en la política más o menos transparente de una sociedad abierta, pero las conexiones que hay entre ambos mundos emborronan a veces los límites.
Las acciones ilegales que tanto criticamos de esas asociaciones criminales no son más que la manifestación de lo que seríamos capaces de hacer cada uno de nosotros en circunstancias parecidas. Por ejemplo, no pagar impuestos. ¿A quien no le tienta evadir impuestos a la vez que ese ufana del dinero que doña para causas nobles? Estos son impulsos que muestran nuestra doblez, a la vez que nuestro afán de que se nos rinda reconocimiento social. Estos impulsos están ahí, y hay que manejarlos con sagacidad para que el resultado social sea positivo. Esto es lo que no entienden los izquierdistas radicales, que la naturaleza humana no se cambia porque derribes la sociedad para empezar desde cero. No hay más que ver cómo se comporta el poder en los países que dicen ser amigos suyos para comprender que la simplificación radical es un apoyo para el poder tiránico y un impedimento muy fuerte para derribarlo. Me refiero, claro, a Podemos y Venezuela.
Es mejor una sociedad que coordine - siempre imperfectamente - los impulsos individuales dentro del límite de la ley, que la sociedad regida por una regla moralista radical y simple, que al final nadie cumple. La sociedad abierta siempre será imperfecta, mientras que la sociedad perfecta siempre será intolerable. Desgraciadamente, en la izquierda española hay demasiados impulsos perfeccionistas o utópicos que impiden alcanzar una sociedad abierta. Sólo en el PP y en C's veo una visión pragmática y tolerante - realista - de la sociedad.
El "buen bandolero" de Olson lo entiende: mejor que los individuos y las instituciones se coordinen legal y libremente. En cuanto lo entiende, se hace protector de un prototipo de sociedad abierta.
Pero no nos engañemos. Los grupos de interés siempre existirán, y harán presión por sus intereses particulares, que no son los de la colectividad. Olson decía que en la medida que esos intereses se repartían entre el grupo de interés, y el coste entre toda la sociedad, al final se salían con la suya.
Un maestro que tuve hace años decía que la democracia no es más que el reparto del poder entre los grupos de interés más fuertes, lo que es una visión un tanto cínica de las cosas. Pero lo que sí es verdad es que los grupos de interés pueden entre todos bloquear las reformas que darían lugar a una sociedad más abierta.