Un consejo desafiante que podía recibir un visitante de la feria de arte contemporáneo de Madrid, ARCO, es el del economista Don Thompson: "No espere a que le gusten las obras que verá". Esta es la primera reacción de los profanos cuando nos adentramos en el mundo del arte. Es un nuevo mundo, muy alejado de las finanzas, donde algunos pocos consiguen ganar verdaderas fortunas.
El arte es un producto comercial, a pesar de lo que expresen públicamente los artistas. En una feria como ARCO, los visitantes se pasean como quien visita un supermercado. Marchantes y coleccionistas intercambian cultura por dinero, como ya se hacía en el siglo XVI. Lo que nuestra sociedad ha introducido es el concepto del arte como vehículo de inversión. Mientras que el artista debería crear una pieza única para una persona única, muchos compradores se fijan en un tapiz, en una escultura o un sello, con la única intención de volverlo a vender.
No es casualidad que Banco Sabadell y la división de banca privada de Caixabank figuraran en la lista de patrocinadores de la feria de arte contemporáneo de Madrid. En los últimos veinte años las entidades financieras, como UBS o Deutsche Bank, han asesorado sobre el mercado artístico a sus clientes VIP, para que diversifiquen sus fortunas. Los ricos tienen dinero, pero poco tiempo, y en un mercado tan opaco como arriesgado, lo mejor es tener un equipo exclusivo, a su disposición, que los pueda guiar.
Para quien no tiene esta suerte, estos son algunos detalles de esta industria tan creativa:
EL MERCADO DEL ARTE NO ES LA BOLSA
Al contrario que en el mercado de capitales, a los marchantes, coleccionistas y otros intermediarios que componen la pintura del mercado del arte, nadie les exige un informe sobre sus operaciones. Ni su posición de mercado, ni sus participaciones mayoritarias, como se les obliga a los fondos de inversión. Las transacciones ejecutadas en casas de subastas, como Christie's o Sotheby's, y los catálogos virtuales, como el de Artprice, ofrecen una falsa impresión de transparencia, pero solo son la punta del iceberg del negocio total.
Ben Lewis, por otro lado, denunció en el documental "La burbuja del arte contemporáneo" la manipulación de los precios. A los compradores les interesa mantener el valor de obras tan incomprensibles como un puñado de caramelos en un rincón de sala o un cuadro rociado con el esperma del artista. El millonario Larry Gagosian, por ejemplo, es el principal "inversor" y patrocinador de la obra de Damien Hirst. Tiburones en formol, una calavera con diamantes incrustados o una vitrina de medicamentos son algunas de sus creaciones, a destacar. Para quedar bien con los clientes y asegurar su cartera, es comprensible que Gagosian mantenga unos precios mínimos. Es parte de su trabajo.
INVERTIR POR AMOR AL ARTE
Un jarrón chino, bien colocado en un rincón de un comedor, garantiza un beneficio emocional que no puede ser sustituido por ningún producto disponible en una una oficina bancaria. Ni depósitos a plazo, comprar lingotes de oro o abrir una cartera digital de Bitcoins sustituirá la recompensa a los sentidos de una pieza bien seleccionada. Por este mismo motivo los economistas clasifican el arte como un bien posicional. El valor de tener un Picasso en casa realza el valor de la obra y el status de su propietario, sobre todo si los invitados pueden identificarlo. El valor de la marca en esta industria es también un factor clave.
Por desgracia, la inversión artística es difícilmente rentable. El lector quizás recuerda la última venta de "Tres estudios de Lucian Freud" de Francis Bacon. La subasta, a través de Sotheby's, fue sonada y el precio final de 142 millones de dólares rompió todos los récords. Pero estas noticias son casos excepcionales y fantásticos, completamente diferente de lo que uno puede obtener si compra un artista casi desconocido en un espacio local. Incluso los grandes pintores han caído en desgracia, a través de las subastas. Nadie explica como "Le Grand Canal" de Monet se compró por 12 millones, en 1989, y Sotheby's lo volvió a subastar por 10,8 millones en 2005. Incluso un Picasso, vendido en 1989 por 2,4 millones, se volvió a vender en 1995 por 827.000 dólares. Uno puede comenzar a hacer números y se dará cuenta que en la bolsa le habría salido mejor.
GUÍA BÁSICA DEL COLECCIONISTA AFICIONADO
Invertir en arte contemporáneo se entiende por comprar cualquier pieza ejecutada a partir del año 1945, después de la Segunda Guerra Mundial. En este plano se mezclan autores muertos y autores vivos, unos más cotizados que otros. En el caso de ARCO, la mayoría son artistas emergentes que se están haciendo un nombre en la escena. De ellos, de aquí a 25 años oiremos hablar de menos de la mitad.
Para el aficionado que quiera empezar su carrera polifacética en la inversión artística, Don Thompson da unas cuantas instrucciones en el libro "El tiburón de 12 millones de dólares". Según el autor, la compra de piezas de artistas casi desconocidos, las más especulativas, se debe tratar como la gestión de una cartera de activos; hay que diversificar. Mejor 10 obras de 50.000 euros que apostar un millón a una sola pintura.
Si el inversor piensa en el corto plazo, debe seguir el valor del artista emergentes y los precios de las obras que se negocian de él. Como quién sigue las cotizaciones con el terminal Bloomberg. La obra temprana del pintor o escultor es mejor que la de sus posteriores fases de madurez. Thompson declara que hay que mirar muchas obras para que te guste alguna, y a veces uno debe preguntarse: "Cuál de ellas robaría?". Aún así, las ferias como ARCO, Art Basel o Maastricht, son según él "el mejor ejemplo de como no se debe ver arte".