El ahorro es el excedente de dinero que no consumimos ahora y guardamos para consumirlo más adelante, en el futuro.
Hay diferentes razones por las que alguien decide no usar ahora ese dinero y aplazar su disfrute. La más inmediata es la precaución, cuando anticipamos una posible escasez, una catástrofe o un problema en un futuro próximo. En ese caso, tomamos medidas y podemos preferir consumir menos ahora y guardar algo para después, generando ahorro.
Cuando esa situación de potencial escasez no es un hecho puntual, sino que nos damos cuenta de que se va a mantener en el tiempo, nuestro ahorro cambia. El modo de ahorrar varía, y ya no guardamos de forma puntual una cantidad -una sola vez- sino que nos damos cuenta de que necesitamos una pauta, un plan para ahorrar de manera sostenida en el tiempo. De esta forma, modificaremos nuestras pautas de consumo y ahorro. Pero debemos asumir que esto no es fácil porque, a largo plazo, nuestra capacidad para anticiparnos a lo malo, está distorsionada por sesgos propios del ser humano, y nuestra constancia siempre está a prueba. Por eso siempre es preferible que las empresas incorporen un plan de ahorro asociado a las nóminas de forma automática.
Cuando el ahorro es un flujo y ahorramos de manera sostenida, mientras llega ese hecho potencialmente riesgoso, o esa escasez anticipada, podemos hacer algo más que guardar los ahorros debajo del colchón. De esta manera, el ahorrador se convierte en oferente de dinero que se puede prestar a otros. O bien puede decidir ser inversor él mismo. Como tanto la inversión como el préstamo están remunerados, vamos a recibir una compensación por asumir un riesgo o por adelantar el consumo a otras personas. Así, vamos a beneficiarnos en dos posibles sentidos: el flujo de ahorro será autosostenido, y no necesitaremos sacrificar esos fondos del consumo; y vamos a lograr, eventualmente, que los fondos que dedicamos al ahorro crezcan a lo largo del tiempo.
Los motivos que hacen que una persona se decida a ahorrar son muy diversos y abarcan cuestiones culturales, la situación económica de tu familia, tu entorno o tu país, tus aspiraciones, etc. Hay un ciclo del ahorro en función del ciclo vital del ser humano. Así, somos consumidores de ahorro al principio y al final de nuestra vida, cuando somos dependientes, y somos creadores de ahorro en el período en el que desarrollamos nuestra capacidad profesional. También son diferentes las razones que llevan a un ahorrador a depositar esos ahorros debajo del colchón, o a invertirlos, ya sea personalmente o por delegación.
Si decidimos no guardarlos en el colchón e invertirlos para que mantengan su valor adquisitivo, es decir, nuestra capacidad de compra, o incluso para intentar que crezcan, necesitaremos dedicar tiempo a conocer en profundidad las distintas alternativas existentes, además de reflexionar sobre nuestro perfil como inversor y definir nuestras necesidades a corto plazo y largo plazo. Esas alternativas de inversión las encontraremos disponibles en el mercado financiero, que es abierto y accesible a todos. Podemos básicamente depositar el dinero en un banco a cambio de un tipo de interés. Ese tipo de interés es el precio que el banco nos paga por nuestro dinero a cambio de prestarlo él a un tercero. También podemos comprar bonos de deuda pública a cambio igualmente de un precio, es decir, de un interés. Eso significa que prestamos nuestro dinero al Estado a un precio determinado para que él lo gaste en inversiones o gasto corriente. Y además, podemos comprar acciones, es decir, títulos de propiedad de compañías, de negocios, de empresas, ya sea directamente o a través de fondos de inversión. En este caso, nuestros ahorros crecerán o disminuirán en función de la revalorización o depreciación de esos títulos de propiedad, y esa variación estará determinada a largo plazo por los beneficios de las compañías.
Por María Blanco, profesora en la Universidad San Pablo-CEU