Muchos, si no todos, de los "indignados" actuales (desde el movimiento 15-M y su secuela el partido Podemos, y otros similares movimientos en el mundo), se han aferrado, sin saberlo probablemente, al pesimismo expresado en las teorías de Malthus, economista del siglo XVIII-XIX.
Malthus fue el primer economista posterior a Adam Smith (es decir, una vez nacida la ciencia económica), que se enfrentó al optimismo de los clásicos Smith-Ricardo (de quién era amigo) sobre El Progreso incesante. Para Malthus la economía siempre estaría condenada a caer, después de su despegue, en el ostracismo, pues la población tiende a aumentar a mucha mayor velocidad que los alimentos. Basándose en un cálculo sobre EEUU, dedujo que mientras la población avanza en progresión geométrica, los alimentos lo hacen a progresión aritmética:
"Cuando no lo impide ningún obstáculo, la población va doblando cada 25 años, creciendo de período de período, en una progresión geométrica.
Los medios de subsistencia, en las circunstancias más favorables, no se aumentan sino en una progresión aritmética." Sus tres principios eran los siguientes (Wikipedia).
1.- La población está limitada necesariamente por los medios de subsistencia.
2.- La población crece invariablemente siempre que crecen los medios de subsistencia, a menos que lo impidan obstáculos poderosos y manifiestos.
3.- La fuerza superior de crecimiento de la población no puede ser frenada sin producir miseria.
Por lo tanto, después de un periodo de aparente abundancia, los alimentos empiezan a escasear. Como la demanda sigue avanzando al ritmo de la población, los precios suben en flecha y se presenta en el escenario él hambre, la penuria, y una mayor mortandad hasta que la población regresa, por un camino de sufrimiento, a una medida ajustada a la oferta alimentaria. De ahí se deduce "la Ley de hierro del salario": el salario no puede aumentar más allá de un nivel de subsistencia, y es probable que en capacidad adquisitiva caiga por debajo de ese nivel si el jefe de familia no contiene sus instintos y sigue teniendo más hijos, quienes, ineluctablemente, morirían de hambre. La expresión de esta teoría por Malthus es escalofriante:
"El hombre que nace en un mundo ya ocupado no tiene derecho alguno a reclamar una parte cualquiera de alimentación y está de más en el mundo. En el gran banquete de la naturaleza no hay cubierto para él. La naturaleza le exige que se vaya, y no tardará en ejecutar ella misma tal orden."
Por lo tanto, Malthus hace recaer la culpa de la miseria en la incontinencia, y la única solución es promover el retraso de los matrimonios, el control de natalidad, que frene la tasa de crecimiento de la población. Por la otra parte, la oferta alimentaria, no hay nada que hacer: ni El progreso tecnológico podrá hacer aumentar la producción e los bienes esenciales.
Debemos decir que Marx fue un gran crítico de Malthus. Marx, en "El Capital", defiende, frente a Malthus, que el progreso en la ciencia y la tecnología permitirán el crecimiento exponencial de los recursos.
Llama la atención inmediatamente esta contradicción entre Marx y los seudo marxistas actuales, que se han aferrado a los nuevos Jeremías de hoy, que juntan la teoría del calentamiento, la escasez de recursos, la injusta distribución, etc, para condenar a este mundo a un trágico final.
El debate malthusiano frente a los demas economistas ha resurgido periódicamente. Recordemos, en los años ochenta del pasado siglo, el debate entre Julian Simon y Paul Ehrlich, el primero optimista liberal que pensaba que cuando un recurso empieza escasear, su precio aumenta, lo que incentiva la inversión en la búsqueda de un bien sustitutivo más barato. Paul Ehrlich, por el contrario, era del grupo pesimista malthsuiano, que abundaban por aquel entonces en una forma curiosa. Para ellos, como el famoso "Club de Roma", había que parar la producción, que estaba liquidando los recursos naturales, antes de que en pocas décadas el mundo se asfixiara en un mundo tipo Mad Max.
Paul Simon se indignó viendo a Ehrlich en TV metiendo el pánico en el cuerpo a sus ciudadanos, y se puso en contacto con él para ofrecerle una apuesta. En Center for AGG. Global Geography Education podemos leer:
"En 1980, Julian Simon y Paul Ehrlich entablaron un debate público en el que pusieron de manifiesto sus puntos de vista dispares sobre la población y la escasez de recursos. En dicho debate, conocido como la apuesta Simon-Ehrlich, Simon invitó a Ehrlich y a sus colegas a seleccionar y comprar cinco recursos no controlados por el gobierno por un total de $ 1000 cuyo valor se mediría con el tiempo. Tras aceptar la apuesta, el equipo de Ehrlich seleccionó cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno como las mercancías y luego eligió 1990 como la fecha de liquidación. Si el precio del paquete de recursos aumentaba, esto implicaría que el recurso habría comenzado a escasear y, por lo tanto, Simon se vería forzado a pagar la diferencia. Si el precio del paquete bajaba, esto significaría mayor abundancia y Simon recibiría la diferencia monetaria.
"Entre 1980 y 1990, la población mundial creció más de 800 millones, el mayor aumento en una década, lo que causó que muchos creyeran que el valor del paquete aumentaría debido a la presión demográfica y a la correspondiente escasez de recursos. No obstante, en septiembre de 1990, el precio ajustado a la inflación de los cinco metales había descendido, por lo que Ehrlich tuvo que enviarle a Simon un cheque por correo por un valor de $ 576 para pagar la apuesta. Con el tiempo, la revista Wired Magazine apodó a Simon doomslayer, que en inglés significa "asesino del Juicio Final", por su postura contra aquellos que argumentaban que un Armagedón ecológico estaba a la vuelta de la esquina. (Para obtener más información sobre la apuesta Simon-Ehrlich, consulta aquí)."
Y el mundo siguió adelante. Además, se acercaba la era Reagan-Thatcher, quienes dieron un gran impuso ideológico a la liberalización económica. Entre 1980 y 2008, el mundo cambió radicalmente. Los paises en desarrollo, que pasaron a llamarse Mercados Emergentes, o Economías Emergentes, que aceptaron el reto de la liberalización, experimentaron un gran progreso, alcanzando algunos la Renta per Capita de muchos países del primer mundo. Sin embargo, como sabemos, un día se descubrió que en las finanzas la liberalización no funcionaba, y llegó la Gran Recesión, aunque este nombre elude el epicentro del terremoto, que fue el mercado financiero.
Mercado financiero que fue liberalizado, pero no dejó de estar intervenido peligrosamente por algunos países como China, a través de la manipulación de su tipo de cambio para que no se apreciara frente al dólar, y tener a su disposición los mercados del primer mundo, lo que producía un enorme superávit para China y un simétrico déficit para los paises desarrollados, en especial EEUU. Estos desequilibrios, como dice Paul de Grauwe en su libro "The Limits of The Maket: The Pendulum between Government and Market", fueron la primera causa de la Gran Crisis, pues la financiación de esos inmensos déficit comerciales venía, naturalmente, de los paises excedentarios - China - lo que suponía masas ingentes de dinero circulando por los bancos americanos, jugoso dinero que se multiplicaba milagrosamente gracias a la nueva ingeniería financiera - y peligrosamente.
¿A donde nos lleva todo esto? Ahora quien más quien menos ha abandonado el optimismo del libre mercado. La economía privada es necesaria (por lo menos para algunos), pero nadie, o casi,
cree que se baste a sí sola para no producir periódicamente grandes catástrofes telúricas. Sin embargo, la tragedia es que nadie ha dado con la clave de cómo se combinan eficientemente la economía con el Gobierno.
¿Basta un gobierno con una presión fiscal del 40% del PIB para frenar las desviaciones peligrosas, o es por el contrario muy baja y habría que elevarla al nivel de Francia, con un 56% de PIB? Podemos tomar como un dato que cuanto mayor intervención, menos productivo será el mercado privado, pues el sector público nunca tendrá los factores que alimentan El Progreso Tecnológico. Y éste, para que no suceda lo que pregona Malthus, es absolutamente esencial. Además, en el presente, las haciendas públicas se encuentran en una lamentable situación, sobre todo si se contabilizan los deudas futuras comprometidas en las Pensiones.
El sector público nunca tendrá la información suficiente sobre el futuro para tomar decisiones alternativas que pueden ser de muy gravoso efecto sobre los ciudadanos.
Es decir, la misma situación invita a subir pero también a bajar los impuestos, a más pero menos intervención, a regular más estrechamente, ¿pero sólo el mundo financiero? La teoría del calentamiento está ahí presionando para que se regule todo, la industria, los servicios, aparte las finanzas. Pero lo que se ha hecho hasta ahora es más que decepcionante. Como nos cuenta Rod Martin, en un riguroso artículo, si 2+2 = 4, los molinillos no han dado al mundo ni una caloría neta de electricidad. Además en su fabricación entran materiales altamente contaminantes, como el mismo carbón al que se pretende combatir: los molinillos están hechos de acero, en cuya fabricación entra el carbón en cantidades no desdeñables. Hemos tirado alegremente miles de millones, si no billones, en artefactos que sólo cumplen la función política de engañar a la gente y tranquilizar sus conciencias. Hubiera sido más eficaz, sin comparación, la producción de ciclo combinado buscando abaratar el precio de la energía. Y es difícil imaginar que un partido de derechas renuncie a esa rentabilidad electoral cuando existe la presión de los partidos de izquierdas en favor del ecologismo.
En suma, nos hay muchos motivos para el optimismo. Los políticos tienen un único objetivo, que es ganar elecciones, y son incapaces de ello sino prometen cosas imposibles o incompatibles. Encima, con frecuencia intentan interferir en el papel de instituciones tan básicas como la justicia, diluyendo las líneas de demarcación entre nivel ejecutivo, parlamento y poder judicial. En ese contexto siempre hay rendijas por las que se cuelan astutos empresarios privados cuando les conviene, difíciles de desalojar porque ellos mismo están muy interesados en que no entren nuevos oferentes.
Se necesita un nivel intermedio de funcionariado capaz, honesto e independiente del nivel político. De nuevo nos topamos con las instituciones, que no están en su mejor momento. Esto requeriría un más espacioso desarrollo, que se sale de las intenciones de este artículo.