Con la presentación de un amplio informe en la conferencia del World Economic Forum en Davos acerca de los principales problemas económicos a los que se enfrenta el mundo, nos encontramos con que nuestros máximos dirigentes a nivel mundial están empezando a preocuparse por las desigualdades crecientes en las distintas capas de la sociedad.
Si bien es cierto que las diferencias entre países van disminuyendo paulatinamente, también lo es que dentro de cada país esas diferencias se incrementan, y en algunos casos de forma dramática. Por ejemplo, en Estados Unidos, la cuarta parte de la población que menos ingresos tiene, no han experimentado casi ningún avance en los últimos 25 años en términos reales (después de descontar la inflación). Mientras que el 1% más rico ha visto incrementar su participación en el total de los ingresos nacionales hasta el 20%, cosa que no se veía desde los años 20, etapa previa a la Gran Depresión.
Situaciones parecidas se están viendo en diversos países emergentes, donde, a pesar del incremento del nivel de vida medio, se produce una aceleración en estas desigualdades.
En mi anterior artículo, “los orígenes de la desaparición de la clase media” comentaba que, obviando las cuestiones de ideología política y de tipo ético, que también las tiene, y no deben ser minusvaloradas, el problema radicaba en que una disminución de la clase media en casi todo el mundo, conlleva una reducción importante de la demanda, al ser clases con una propensión marginal al consumo mucho mayor que la de las clases altas, pero también una reducción de los efectivos medios e intermedios, referidos a profesiones liberales, profesores, médicos, investigadores y un sinfín de profesionales y empresarios de todo tipo de pequeños o medianos negocios que son los que realmente crean casi todos los empleos en el sector privado.
Independientemente de las connotaciones ideológicas o éticas que tal distribución tenga en nuestra sociedad, es curioso como los más poderosos del mundo empiezan a preocuparse por estas cuestiones, no pensando casi en las repercusiones que he comentado antes, que son graves, sino en su potencial riesgo de crear revueltas importantes a nivel mundial. Los ecos en Davos de las revueltas estos días en Tailandia, Turquía, Ucrania y otros países, mezclado con motivos diversos, como algunos países árabes, demostrando un malestar creciente entre amplios sectores sociales, han activado las alarmas. Personas que ven como empeora dramáticamente su situación económica, una amplia capa de población joven sobradamente preparada que no ve futuro, etc. hacen que se creen este tipo de problemas que pueden desestabilizar a algunos países.
Parece lógico pensar que, si esta tendencia continúa acentuándose en un futuro, nuestro sistema de mercado, tal como lo conocemos, no tiene mucha trayectoria desde el momento en que la demanda no sea capaz de absorber lo producido, como ocurre en la actualidad.. No faltan voces en dar la razón a Marx cuando indicaba que si los salarios se reducen y los beneficios del capital aumentan, este mismo proceso desintegrará el capitalismo, porque la demanda será insuficiente.
El problema no es pequeño, y nuestras economías ya empiezan a resentirse de una reducción de consumo a nivel global, o mejor dicho, en la inadecuación de éste al crecimiento económico que desean nuestros políticos para absorber una masa de trabajadores que no encajan en este modelo económico. Con un mundo con claro exceso de capacidad productiva y una demanda que no es capaz de alcanzarla, el fin no parece que vaya a ser positivo, y las crisis futuras nos dirán si se producirán por este motivo o por otros.