Cicadilandia
es una pequeña isla del Pacífico. Favorecidos por un clima suave y agradable, sus
habitantes viven una vida sencilla y tranquila, no muy distinta de la que se
vive en muchas otras islas del archipiélago. Salvo por una cosa: usan los tapones
de botella de plástico como moneda.
Nadie
en la isla sabe a ciencia cierta cómo empezó su uso, pero el caso es que todo el mundo los usa.
Son pequeños, no se estropean… y facilitan mucho la vida diaria de intercambios
en la isla. Cuando Maynard, uno de los lugareños, quiere algo de comida puede
conseguirla a cambio de unos cuantos tapones. Y él a su vez consigue los
tapones con las caracolas de mar que recoge en los arrecifes, y que son muy
apreciadas por los pescadores. Los mismos tapones le sirven también para conseguir
algo de ropa de vez en cuando (no necesita mucha, pero es algo coqueto y le
gustan los sombreros de hojas de palma), o para reparar su pequeña canoa cuando lo necesita (los arrecifes a veces son
un poco traicioneros...)
En Cicadilandia había
tapones de varios colores. Rojos, negros, naranjas… Pero los más preciados eran
los azules. Había muy pocos, ¡y con un solo tapón azul se podía comprar comida
para una semana!
Un día
mientras recogía caracolas, Maynard encontró un gigantesco cajón de madera flotando
en el agua. Era realmente enorme, Maynard no había visto nada igual en su vida.
Con gran esfuerzo logró arrastrarlo hasta un lugar escondido de la playa y lo
abrió. Dentro había…¡miles de botellitas de plástico! Miles, literamente. Todas con…
un tapón de plástico de color azul celeste. Todos inmaculados, perfectos, sin
ningún defecto. Maynard se desmayó al
contemplar tanta riqueza.
Cuando se despertó, ya era de noche. Miró nervioso a su alrededor, por si alguien lo
había visto. Una vez convencido de que seguía solo, meditó sobre qué hacer con
el enorme tesoro, y decidió que lo mejor era esconderlo. Su oficio de
recolector de caracolas le permitía conocer bien toda la costa de la isla, que
recorría a menudo buscando los mejores ejemplares. Recordó una amplia pero
escondida caverna cerca de allí. Tenía grandes ventajas como escondite: el
acceso desde tierra era imposible, porque formaba parte de los acantilados más
altos de la isla; y por mar también era muy difícil llegar a no ser que se
conociera muy bien el camino, porque estaba rodeada de peligrosos arrecifes.
Como el mar esa noche estaba completamente en calma, era un momento ideal para llevar
el gran cajón a la caverna y esconderlo para siempre. Así que Maynard arrastró de
nuevo el enorme tesoro, esta vez con destino a la caverna secreta.
La vida
de Maynard cambió por completo. ¡Ahora era rico! ¡Inmensamente rico! Tenía tantos
tapones azules… Cada vez que necesitaba tapones, simplemente iba a la caverna y cogía
unos cuantos.
Pero
¡ay! una noche hubo una gran tormenta. Las olas entraron con fuerza en la
caverna, arrastraron el gran cajón de Maynard, y lo estrellaron una y otra vez
contra las rocas, destrozándolo.
Sin que
Maynard lo supiera, al día siguiente la playa principal de la isla estaba cubiertas
de botellas de plástico…cada una con un precioso tapón azul celeste. Los cicadilenses corrían recogiendo los
tapones. Había tantos que llegaba para que todos tuvieran un buen montón de
tapones. ¡Un maná caído del cielo! ¡Una bendición para la isla! Al principio Maynard se disgustó un poco, pero
tenía buen corazón y se alegró porque todos sus conciudadanos ahora fueran
también tan ricos como él.
Esa
noche hubo una gran fiesta para celebrarlo. Todos estaban felices. Los mejores
pescados se asaron, las mejores frutas se sirvieron, se brindó una y otra vez
con los mejores licores de coco… La ocasión lo merecía. ¡Todos eran ricos!
Las
celebraciones parecían no tener fin. Día tras día se festejaba el regalo de la
fortuna que había recibido la isla.
Pero un buen día ya no había más pescados que comer. Las frutas se habían terminado. No
quedaban licores. Apenas quedaba nada.
Maynard
quiso comprar algo de pescado (a fin de cuentas, tenía miles de tapones), pero
no logró encontrar pescados porque nadie había ido a pescar. Tras mucho esfuerzo
logró encontrar un pequeño puesto donde un pescador todavía tenía algunos
pescados. Pero ¡menudo precio quiso cobrarle! ¡Varios centenares de tapones por
un pescado! Maynard dijo que no, que se negaba a pagar tanto. Siguió buscando…pero
no encontró nada. Volvió al puesto anterior solo para descubrir que ya se habían
vendido todos los pescados, al desorbitante precio que no había querido pagar antes. Pero
claro, todo el mundo en la isla tenía ya miles de tapones azules, así que todos
podían pagar centenares por un pescado…
Hubo
unos meses de mucha penuria en la isla. En las semanas de grandes celebraciones se había
gastado tanta comida que se habían agotado todas las reservas. Los pescadores volvieron a pescar, los recolectores de fruta y coco a sus oficios, los sombrereros a hacer sombreros y Maynard a recolectar caracolas. Pero había mucho en lo que trabajar para recomponer todas las reservas dilapidadas en las celebraciones.
Un año
después, la vida volvió a ser como antes... salvo que los tapones azul celeste ya no los usaba nadie (bueno, solo los
niños para jugar con ellos). Para los intercambios se usaban los negros, rojos,
naranjas...
Desde entonces, los cicadilenses ya no confunden el dinero con la riqueza.