Cicadilandia. Un breve relato sobre el dinero y la riqueza

24 de febrero, 2013 0

Cicadilandia es una pequeña isla del Pacífico. Favorecidos por un clima suave y agradable, sus habitantes viven una vida sencilla y tranquila, no muy distinta de la que se vive en muchas otras islas del archipiélago. Salvo por una cosa: usan los tapones de botella de plástico como moneda.

Nadie en la isla sabe a ciencia cierta cómo empezó su uso, pero el caso es que todo el mundo los usa. Son pequeños, no se estropean… y facilitan mucho la vida diaria de intercambios en la isla. Cuando Maynard, uno de los lugareños, quiere algo de comida puede conseguirla a cambio de unos cuantos tapones. Y él a su vez consigue los tapones con las caracolas de mar que recoge en los arrecifes, y que son muy apreciadas por los pescadores. Los mismos tapones le sirven también para conseguir algo de ropa de vez en cuando (no necesita mucha, pero es algo coqueto y le gustan los sombreros de hojas de palma), o para reparar su pequeña canoa cuando lo necesita (los arrecifes a veces son un poco traicioneros...)

En Cicadilandia había tapones de varios colores. Rojos, negros, naranjas… Pero los más preciados eran los azules. Había muy pocos, ¡y con un solo tapón azul se podía comprar comida para una semana!

Un día mientras recogía caracolas, Maynard encontró un gigantesco cajón de madera flotando en el agua. Era realmente enorme, Maynard no había visto nada igual en su vida. Con gran esfuerzo logró arrastrarlo hasta un lugar escondido de la playa y lo abrió. Dentro había…¡miles de botellitas de plástico! Miles, literamente. Todas con… un tapón de plástico de color azul celeste. Todos inmaculados, perfectos, sin ningún defecto. Maynard se desmayó al contemplar tanta riqueza.

Cuando se despertó, ya era de noche. Miró nervioso a su alrededor, por si alguien lo había visto. Una vez convencido de que seguía solo, meditó sobre qué hacer con el enorme tesoro, y decidió que lo mejor era esconderlo. Su oficio de recolector de caracolas le permitía conocer bien toda la costa de la isla, que recorría a menudo buscando los mejores ejemplares. Recordó una amplia pero escondida caverna cerca de allí. Tenía grandes ventajas como escondite: el acceso desde tierra era imposible, porque formaba parte de los acantilados más altos de la isla; y por mar también era muy difícil llegar a no ser que se conociera muy bien el camino, porque estaba rodeada de peligrosos arrecifes.

Como el mar esa noche estaba completamente en calma, era un momento ideal para llevar el gran cajón a la caverna y esconderlo para siempre. Así que Maynard arrastró de nuevo el enorme tesoro, esta vez con destino a la caverna secreta.

La vida de Maynard cambió por completo. ¡Ahora era rico! ¡Inmensamente rico! Tenía tantos tapones azules… Cada vez que necesitaba tapones, simplemente iba a la caverna y cogía unos cuantos. 

Pero ¡ay! una noche hubo una gran tormenta. Las olas entraron con fuerza en la caverna, arrastraron el gran cajón de Maynard, y lo estrellaron una y otra vez contra las rocas, destrozándolo.

Sin que Maynard lo supiera, al día siguiente la playa principal de la isla estaba cubiertas de botellas de plástico…cada una con un precioso tapón azul celeste.  Los cicadilenses corrían recogiendo los tapones. Había tantos que llegaba para que todos tuvieran un buen montón de tapones. ¡Un maná caído del cielo! ¡Una bendición para la isla!  Al principio Maynard se disgustó un poco, pero tenía buen corazón y se alegró porque todos sus conciudadanos ahora fueran también tan ricos como él.

Esa noche hubo una gran fiesta para celebrarlo. Todos estaban felices. Los mejores pescados se asaron, las mejores frutas se sirvieron, se brindó una y otra vez con los mejores licores de coco… La ocasión lo merecía. ¡Todos eran ricos! 

Las celebraciones parecían no tener fin. Día tras día se festejaba el regalo de la fortuna que había recibido la isla.

Pero un buen día ya no había más pescados que comer. Las frutas se habían terminado. No quedaban licores. Apenas quedaba nada.

Maynard quiso comprar algo de pescado (a fin de cuentas, tenía miles de tapones), pero no logró encontrar pescados porque nadie había ido a pescar. Tras mucho esfuerzo logró encontrar un pequeño puesto donde un pescador todavía tenía algunos pescados. Pero ¡menudo precio quiso cobrarle! ¡Varios centenares de tapones por un pescado! Maynard dijo que no, que se negaba a pagar tanto. Siguió buscando…pero no encontró nada. Volvió al puesto anterior solo para descubrir que ya se habían vendido todos los pescados, al desorbitante precio que no había querido pagar antes. Pero claro, todo el mundo en la isla tenía ya miles de tapones azules, así que todos podían pagar centenares por un pescado…

Hubo unos meses de mucha penuria en la isla. En las semanas de grandes celebraciones se había gastado tanta comida que se habían agotado todas las reservas. Los pescadores volvieron a pescar, los recolectores de fruta y coco a sus oficios, los sombrereros a hacer sombreros y Maynard a recolectar caracolas. Pero había mucho en lo que trabajar para recomponer todas las reservas dilapidadas en las celebraciones. 

Un año después, la vida volvió a ser como antes... salvo que los tapones azul celeste ya no los usaba nadie (bueno, solo los niños para jugar con ellos). Para los intercambios se usaban los negros, rojos, naranjas...

Desde entonces, los cicadilenses ya no confunden el dinero con la riqueza.

Usuarios a los que les gusta este artículo:

Este artículo no tiene comentarios
Escriba un nuevo comentario

Identifíquese ó regístrese para comentar el artículo.