No hace falta estar muy al día para notar que las cosas no van bien, o van endiabladamente mal, en el sentido de que cosas en principio no relacionables se enredan unas con otras, se potencian, con un resultado conjunto mucho más nefasto que la simple enumeración de los cabos sueltos. Es la falacia de la composición keynesiana, que nos advierte que la conjugación de los casos individuales no se corrige, sino que se potencia, por el intento de rectificar cada caso.
España ha pasado en un par de semanas a un guirigay incontrolable, que va desde la familia real a los conflictos del PP pasando por él famosos Master de Cifuentes, que se ha convertido en una bomba potencial que nos puede llevar a todos al degolladero. No porque sea un caso de corruptela política, sino porque su arreglo con sentido práctico que no salga de la Comunidad de Madrid es imposible.
Todos estamos embarcados en ese guirigay y sobre nuestras cabezas vuelan zapatazos y denuestos que se combinan con la victoria jurídica de Puigdemont en Alemania, amarga derrota para el único que estaba intentando frenar la sangría a chorros de Cataluña.
En fin, que no damos pie con bola.
En Inbestia leemos que el indicador líder en España cae en febrero,
Lo que constituye “la cuarta caída consecutiva del indicador líder y representa una lectura un 1,5% más baja que hace seis meses. Caídas prolongadas en este indicador, suelen preceder a recesiones económicas, especialmente si también ocurre en el conjunto de la Eurozona.”
¿Por qué será que no me sorprende?
A todo esto se debe unir los temblores en las bolsas internacionales por los ruidos de tambores de guerra, y enfrentamientos hostiles entre Putin y Occidente.
Lo de España es entre grotesco y fatalista. Las instituciones básicas siguen en el candelero y no se ve solución ni próxima ni lejana, mientras en el río revuelto siguen pescando los de siempre, los de “Cuanto peor mejor.” Los que no sólo no les importa, sino que destrozarían el orden territorial, la Constitución y lo que haga falta con enorme placer. Poco a poco, sin hacer gran cosa, por desafección de los demás, se les va acercando poco a poco el objetivo.
En sum, desde el 1 de octubre vamos a peor. El objetivo de mantener la unidad se ha perdido entre el humo de batallitas que parecen más entretenidas, Cifuentes, sí, Cifuentes no, etc. Universidades autonómicas fuera, no, dentro, intocables, 40 mil alumnos tiene la URJ, cuyo comportamiento en este lindo caso ha sido como para cerrrarla, y yo digo que esos 40 mil son candidatos al paro que gracias al monjate no entran en las estadísticas.
Las universidades han cambiado mucho desde que eran públicas y perdían dinero que ponía Hacienda. Ahora tienen suculentos ingresos que me temo son mucho más cuantiosos que la calidad de los másteres que venden, en un caso que podríamos llamar de nueva Simonía universitaria. Antes un catedrático era un señor con un sueldo digno al que añadía alguna colaboración, o publicaba libros; ahora es al revés: tiene ingresos a espuertas, públicos y privados, que asigna dictatorialmente entre sus cuates. No hay peligro de ser pobre.
Esto no es más que uno de los pequeños detalles que tenemos que arreglar, fruto de el rompimiento de España en CCAA, 17 cuevas de Ali babá y los cuarenta Ladrones. La elasticidad es infinita para crear cátedras - ya no llamadas así - institutos, en los que, como veíamos ayer, se puede enseñar hasta sexo. Lo único importante es distribuir bien el dinero.
Mientras esta deriva siga engordando, vamos al barranco.