El vehículo autónomo es un tema que está últimamente presente en los medios. Ante este fenómeno, el inversor en valor suele ser muy escéptico. A mi modo de ver, la prensa es el equivalente a un niño de cinco años, que no sopesa las dificultades y retos a los que una tecnología se enfrenta (pico de expectativas en el ciclo de Gartner). El inversor en valor, por el contrario, representa a una persona de ochenta años que, por defecto, piensa que nada nunca va a cambiar. El termino medio suele ser el más razonable. O mejor aún, conocer los datos y formarse una opinión.
El coche es más que un medio de transporte de un punto A a un punto B. Es una herramienta de señalización de estatus y símbolo de libertad. Sin embargo, tiene una variedad de costes asociados: mantenimiento, seguro, aparcamiento, etc. Por no mencionar, que el propio diseño urbanístico gira entorno al coche.
Frente a eso surge un nuevo esquema: el coche eléctrico, autónomo y compartido. Estos tres pilares representan el esquema TaaS (Transportation as a Service). Si este nuevo paradigma consigue cierta adopción (nótese que en Estados Unidos sólo el 0.1% de los viajes se hacen de forma compartida y que la suma de Uber y Lyft tiene una capitalización de más de 50 mil millones de dólares), el cambio en la economía será notable.
Esta revolución, que comenzó con las competiciones de DARPA, tendrá varios protagonistas. Son por todos conocidos los esfuerzos de Google, Tesla o Uber en el campo. Sin embargo, se suele obviar a aquellos actores que, precisamente, tienen más skin in the game: los fabricantes de coches americanos, es decir, Detroit: GM y Ford.
Saber quien va a ser el primero en conseguirlo es difícil. Sin embargo, ya en 2019 se crearán los primeros servicios de ridesharing autónomo. Y las economías del coche autónomo no son despreciables: podría ser un winner takes all tecnológico (con matices), con buenos ROCEs y barreras de entrada.
La carrera ya ha comenzado.