Creo que son muchos los que han leído el libro
Inteligencia Emocional de
Daniel Goleman. Lo que dice, básicamente y según recuerdo, es que nuestras emociones vienen del cerebelo o la región del cerebro más antigua en lo que a términos evolutivos se refiere y que son respuestas animales. Son respuestas muy difíciles de controlar ya que la parte más racional de nuestro cerebro no puede hacer que no sintamos ira cuando entramos en cólera. No puede o, mejor dicho, se le hace muy difícil.
Después, la parte de como intentar gestionar las emociones ya no lo recuerdo muy bien. Si no me equivoco, creo que lo primero es identificar las emociones y entender cuando las estamos sintiendo. Es decir, que sin una definición del qué y del cuándo, es imposible avanzar en la gestión de lo que sentimos. Me viene a la cabeza aquéllo de que
quienes son capaces de identificar y definir un problema, están más cerca de solucionarlo. Aquí igual. Lo primero, por tanto, es definir e identificar, que es algo así como tomar consciencia de nuestras emociones. Y una vez que tomamos consciencia, hay que trabajar para fomentar el sentir las emociones correctas en el momento correcto y suavizar las emociones perniciosas que suelen aparecer cuando menos no interesan desde un punto de vista vital.
Cómo se ve, hablo desde el recuerdo lejano y es que hace muchos años que leí ese libro, pero creo que esa es la idea básica. De hecho, creo que he confundido el cerebelo con la amígdala y el hipocampo, pero ¿a quién le importa? Este no es un blog de neurocirugía. Lo que está claro es que muchas veces nos cogemos un cabreo y al rato nos volvemos a cabrear por habernos cabreado y nos damos cuenta que lo mejor hubiera sido ser capaces de sentir un enojo pasajero, no estar rumiando durante horas el enfado y haber pasado a otra cosa más positiva. Para saber que muchas veces sentimos las emociones incorrectas, en el momento incorrecto y en el grado incorrecto, no hace falta leer un libro, solo no ser un adolescente. Y, si uno de verdad tiene interés en mejorar, entonces todo pasa por darse cuenta de las cosas y buscar trucos y reflexiones para cambiar el círculo vicioso de esas emociones negativas.
En verdad, trabajar con las emociones de uno mismo es ciertamente difícil. Una tarea hercúlea ya que como diría Nietzche, no nos podemos exponer a nosotros mismos en una vitrina y observarnos con objetividad. Por suerte, creo que analizar y gestionar las emociones correctas en el mercado es algo más fácil. Es más fácil porque ya no solo estamos hablando de nosotros, sino también de la psicología del mercado, de la psicología de masas que es bastante primaria. Evidentemente, cada uno de nosotros es parte del mercado, pero si somos capaces de reflexionar y coger distancia, podremos perfectamente conseguir nuestro objetivo.
Básicamente, tal y como yo lo veo, estas son las emociones que sienten los operadores y la masa a la hora de operar:
- Optimismo
- Euforia
- Esperanza
- Miedo
- Pánico
- Escepticismo (o desconfianza si quieres ¿es una emoción?)
La euforia, la esperanza y el pánico son en todo momento y en todo lugar emociones perniciosas. Un buen operador debería evitarlas. El escepticismo siempre es bueno y, finalmente, tanto el miedo como el optimismo son correctos o incorrectos según en que momento se sientan. Vamos a verlo.
Como explicarlo con palabra se haría muy largo, voy a poner dos diapositivas. En una vamos a ver las emociones que siente el mal operador según la situación del mercado, y en la siguiente y en la misma situación de mercado, vamos a ver las emociones que ha de sentir el buen operador:
Pero sabemos que muchas operaciones salen mal, así que antes o después una de esas operaciones realizadas cuando el mercado subía se dará la vuelta y empezará a ir ligeramente mal. Aquí, el mal operador muta su euforia por esperanza. Tiene fe en que el mercado se gire de nuevo al alza y la operación resulte finalmente ganadora. Malas noticias, la esperanza es siempre una mala emoción porque ya no se está juzgando con la razón sino que la operación se ha convertido en algo puramente emocional y lo que se debería cerrar se acaba manteniendo. Nuestro operador empieza a ponerse cada vez más nervioso, incluso vuelve a abrazar la fe cristiana y le promete a Dios que cambiará si la operación empieza a ir bien. Seguro que algunas veces "la esperanza" dará resultados, pero, a la larga, lo más probable es que esas operaciones sigan yendo mal, y nuestro operador vuelva a renegar de Dios por no haberle ayudado y entre, de menos a más en pánico hasta que no puede más con su carga y venda toda su posición. Normalmente esto ocurre en el suelo del mercado, porque el operador solo es una gota de una masa enorme que siente y padece parecido. Y cuando todos tiran la toalla, el mercado deja de tener presión bajista y rebota.
Ahora vamos a imaginar que nuestro operador introduce una nueva posición alcista en el mínimo del 13 de junio y que la operación va bien desde el comienzo. Como es un mal operador, nada más ir bien se acuerda de las últimas operaciones y cuando va ganando un 2% le entra el miedo de perder sus ganancias virtuales. Va de un lado para el otro de la habitación volviéndose loco y finalmente decide cerrar con una ganancias pobres.
El resultado final de esta forma de sentir es tomar pérdidas enormes y beneficios muy pequeños lo que hace que a largo plazo sea una estrategia desastroza. La euforia le llevó a poner su fe en una operación que en el mercado de acciones tiene pocas probabilidades ya que las tendencias sostenidas son fenómenos raros. Luego sintió esperanza que le hizo mantener una operación perdedora. Y finalmente, cuando fue a peor, sintió pánico y vendió en el peor momento, justo cuando el mercado rebotó. Y después, en otra nueva operación que le fue bien, se acordó del pasado y cuando debería haber sentido un correcto optimismo solo sentía miedo.
Ahora, vamos a ver lo que debería sentir un buen operador en las mismas circunstancias de mercado: